Sucede en Madrid, capital del vórtice político mediático con ínfulas de farero compulsivo, que los excelentísimos egos se disputan la quema de su escasa credibilidad en la hoguera de nuestras entrañables vanidades hispánicas. El ruedo cañí acelerado por esta post realidad acuciante produce cadáveres exquisitos que serán amablemente conducidos a la planta de compostaje digital. A estas alturas, cabría preguntarse lo que significa Madrid y a quién le pertenece. La respuesta puede parecer obvia, en una urbe que creció alrededor de un pueblo, anfitriona de sueños cosmopolitas venidos de cualquier parte, crisol mayestático, monumento a la cultura insomne preñada de hermosos amaneceres rotos. Contrariamente a la creencia de que en Madrid caben todos porque cabe todo, parece que unos y otras pretenden secuestrar un proyecto compartido para encerrarlo dentro de su iniquidad. Y de nuevo la arenga del simplismo y elige fascista, comunista, populista, ultramontano, o gris centrista. Pero cuidado, sobre todo mucho miedo de lo que te va a pasar a ti y a tu familia, a los que creemos en mí y en esa Madrid que sabemos llorar como nadie, si sigues a esta gentuza que no merece ni vivir. Al escucharme, ya habrás adivinado lo que nos jugamos, y hacia donde tienes que dirigir tu odio. Porque el voto es un acto de rabia, de amor y dolor por Madrid. Porque ya lo sabes, Madrid soy yo. Silencio. Porque mientras los bares gritan desconsolados, la buena nueva ha de llegar a los corazones sedientos de venganza, y ya se deja sentir el restallar del látigo embaucador, sombras de sombras que se arrastran hasta el colegio electoral, campañas espectáculo vomitadoras de tuits facebookean los perfiles agotados de tanto postear. Ahora o nunca, pero antes, después y siempre Madrid, que nunca sabrá porque, cuando, ni cómo sucedió que tiraron la primera piedra.

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