De células solitarias y cultivos

Hay frases a las que uno siempre vuelve. “Todos los animales son iguales, pero algunos son más iguales que otros”, nos escribía el gran George Orwell en su magnífica obra Rebelión en la granja. Lecturas de cabecera junto al Barón rampante de Italo Calvino o Cien años de soledad de Gabriel García Márquez. Pero este no es el punto, volvamos a la primera frase. Si colocamos una lente amplificadora desde la Luna hacia nuestro cuerpo, primero veremos órganos, luego tejidos y después células. Y nuestro conocimiento de estas divisiones siempre ha dependido de las tecnologías disponibles: desde la simple observación de cadáveres o las técnicas de tinción hasta llegar a los acercamientos genómicos. Y siempre hemos ido avanzando en subdivisiones y especializaciones. Y nuevas metodologías nos permiten profundizar cada vez más llegando a los detalles más íntimos. Pues bien, ahora tenemos formas de mirar la composición molecular de una sola célula. Son las tecnologías genómicas de célula única. Más sola que la una, como diría el refrán. Podemos coger un trozo de un tejido y mirar la composición de ADN, ARN y proteínas de miles de células individualizadas. Ello requiere unos aparatos pequeños, pero matones, que permiten llegar a ese nivel de una célula, marcarla exclusivamente y a partir de ella extraer su perfil mutacional o de expresión y de compararlo con sus vecinas. Parecería que esa es la parte difícil de la tarea, pero en realidad es solo el principio. Después el tratamiento y procesamiento de los datos crudos o desnudos de la misma, supone otra labor compleja. En la misma, los bioinformáticos expertos pueden lucirse y convertirse en objeto de oscuro deseo en los laboratorios de biología molecular y celular.

Sí, ya les oigo... Pero, ¿para qué sirve? Les pongo solo un ejemplo. Existe una terapia innovadora que en ciertas ocasiones supone una esperanza para casos de leucemia y linfoma refractarios a los tratamientos clásicos. La estrategia consiste en coger células de defensa del paciente y entrenarlas para que ataquen a las células malignas. Es la llamada terapia con células CAR-T. ¿Problema? Pueden producir cierta neurotoxicidad de origen desconocido, desconocido hasta que las tecnologías de célula única encontraron una diana de esas células también en la barrera hematoencefálica y, de ahí, la explicación de esos efectos adversos que pueden ocurrir. Sabiendo la causa se puede poner remedio. De la tecnología al conocimiento. La reciente inauguración de una Unidad de Célula Única en nuestro Instituto intenta ayudar en ese esfuerzo de servir a la comunidad científica en su totalidad.

Permítanme darles otro ejemplo de avance metodológico: no es propiamente una técnica, pero sí un nuevo modelo para la experimentación. En las ciencias biomédicas, tenemos varias opciones para estudiar una enfermedad: podemos tener células crecidas en dos dimensiones de la patología crecidas en el laboratorio, podemos tener modelos animales (desde gusanos a peces o mamíferos) para reproducir la enfermedad o le podemos quitar un cachito de la patología al paciente y guardarlo. La primera opción a veces es demasiado artificiosa y alejada de la realidad; la segunda conlleva cuestiones éticas de importancia creciente; y la tercera parece un camino sin salida, una vez tengo la muestra en el congelador me quedan pocas opciones. Pero, ¿y si ese trocito de tejido humano lo pongo en una cuna especial, cuidándolo con esmero y respetando su estructura tridimensional? Pues a ese modelo lo llamo organoide. Empezaron en el campo de las células madre y en el campo del desarrollo y las enfermedades neurológicas, pero seguramente los organoides del cáncer sean hoy los más populares. En los mismos podemos analizar el efecto de fármacos en condiciones bastante realistas sin molestar al paciente y, entre otras cosas, han permitido comprender como se formas las glándulas del intestino y la posible implicación de una bacteria en el cáncer de colon. Desarrollados estos modelos por el profesor holandés Hans Clevers, junto a otras aportaciones, estos descubrimientos los colocan en las quinielas de los Premios Nobel. Con el permiso de las vacunas de RNA, por supuesto, ¡que la actualidad siempre manda!

Los centros de investigación deben adaptarse a los nuevos tiempos. Es señal de que están vivos y tienen un prometedor futuro delante de ellos. La apuesta por la bioinformática, las nuevas tecnologías genómicas e innovadores modelos experimentales es probablemente la mejor combinación. Un cóctel que seguro quisiera haber preparado Tom Cruise en la película del mismo nombre. Salud y vacunas.