Sobre la izquierda madrileña parece pesar una maldición: lleva sin levantar cabeza desde el impúdico incidente de 2003 cuando dos diputados socialistas, al parecer comprados, se ausentaron de una votación clave y posibilitaron la victoria del PP de Esperanza Aguirre.

¿Es posible que un partido de tan larga tradición como el PSOE, por ejemplo, no encuentre a un candidato con más garra que Ángel Gabilondo para enfrentarse al binomio de una derecha/ultraderecha cada vez más crecida?

Nadie duda de las cualidades humanas del ex ministro de Educación, de su caballerosidad y espíritu de tolerancia, pero habría que preguntarse si tan loables condiciones son las más apropiadas para hacer frente a una rival dispuesta a tirarse siempre a degüello.

Una Isabel Díaz Ayuso ensalzada como si fuera Agustina de Aragón por los medios conservadores de la capital, que son mayoría, y que ha hecho bandera de su oposición constante al Gobierno central con el argumento de que Madrid es “la España dentro de España”.

Falaz argumento hipercentralista que demuestra un total desconocimiento, cuando no abierto desprecio, de la complejidad de nuestro país, de la pluralidad de sus lenguas, de sus nacionalidades o naciones.

Y no hablemos ya de la izquierda a la izquierda de los socialistas, que no parece aún haber madurado y ha estado continuamente envuelta en un incomprensible proceso de atomización por un “quítame allá esas pajas”.

Cabe aplicarle a esa izquierda lo que el fundador del psicoanálisis, Sigmund Freud, calificaba en El Malestar en la Cultura de “narcicismo de las pequeñas diferencias”, es decir, la hipersensibilidad de quienes están ideológicamente más próximos al mínimo detalle capaz de distinguirlos.

En lugar de centrarse y trabajar en lo que los une, muchos de sus representantes parecen deleitarse en exagerar lo que los separa, algo que siempre ha dificultado cualquier intento de construir puentes, de formar alianzas: otra gran maldición de la política de este país.

Esas continuas querellas, magnificadas además por unos medios de comunicación que se nutren del espectáculo, sólo engendran frustración en una ciudadanía que, resignada, tiende a pesar, equivocadamente o no, que “todos los políticos son iguales”.

Mientras todo eso ocurre en la esfera política, los ciudadanos de a pie ven cómo no se solucionan sus problemas: cómo las vacunas contra la Covid o las ayudas para paliar sus consecuencias económicas no llegan a la velocidad esperada, cómo crecen la desigualdad y el desempleo y aumentan las “colas del hambre”.

Y cómo la derecha y la extrema derecha, que nunca han renegado del franquismo si no es, en el mejor de los casos, de boquilla, en lugar de hacer propuestas más allá de la de bajar los impuestos, que sólo serviría para desarbolar un Estado de bienestar duramente conseguido, se dedican a lanzar estúpidos eslóganes de inspiración trumpista como el último de “socialismo o libertad”.

¿Conseguirá el abandono por el líder de Unidas/Podemos, Pablo Iglesias, del Gobierno de la nación para dar la batalla en la Comunidad de Madrid unir por fin a la izquierda y acabar con su maldición o servirá tan sólo para aumentar la polarización ansiosamente buscada por Díaz Ayuso y en la que tan cómoda parece sentirse?