A veces imagino que están urdiendo algún maquiavélico plan para dominar el mundo y ponernos a todos en su sitio. Una revolución octogenaria al alcance de los más intrépidos. La toma de Benidorm por la fuerza y la recuperación de las plazas y bancos frente a la barbarie de los pubertos. El asalto a los gimnasios y la desamortización de pubs y discotecas para su reconversión en canchas de bochas y centros de la tercera edad con todo incluido. Abogan por el octogenismo como un período de transición que exige la abolición del hedonismo de la juventud, la supresión de todo el descuento juvenil en bonos de ocio y transporte, y la eliminación de la desigualdad entre la tercera edad de la ciudad y el campo. Y todo por un estudio de proyecciones de población del Instituto Nacional de Estadística que vaticina que para el año 2050 los mayores de 65 años serán el 30% de la población. Ellos lo sabían. Se están dando las condiciones objetivas para la rebelión de los más viejos. La historia los absolverá, porque no hemos sido justos en su papel de sustentadores de las familias en la crisis económica, como ancla frente a la marejada de las pensiones, como faro para guiar el buen camino de los suyos. Para ellos llegó el momento de refutar la tesis de Platón sobre los ancianos en época republicana, donde se elogiaba a la vejez como esa etapa de la vida en la que las personas alcanzan la máxima prudencia, discreción, sagacidad y juicio, y las ofrecían en la comunidad con funciones de gran divinidad y responsabilidad, directivas, administrativas y superiores en estima social. Y hoy en día les amparan los datos, los números que vuelven a fortalecer su rebelión en un país que en unas décadas será el más envejecido de la tierra con una tasa del 40% de mayores de 60 años. El envejecimiento de la población en nuestro país se ha acelerado notablemente, siendo objeto de estudio para expertos en niveles poblacionales en todo el planeta. Aquí, este envejecimiento es consecuencia de una mayor longevidad que, en menos de 30 años, ha conseguido duplicar el número de españoles mayores de 65 años, según las referencias del Instituto Nacional de Estadística. Y con estos guarismos cambiará hasta la publicidad, con campañas cada vez más redirigidas a los más mayores, con un target claramente identificado. No caben ya anuncios viejunos, dado que se asistirá a una adaptación icónica de los clásicos. El modelo de negocio se tendrá que adecuar a las circunstancias del momento porque somos un país para viejos. Tres ancianos disfrutan en su banco habitual de una jornada de charla. Otean la plaza donde juegan los niños, evocando sin quererlo aquella época en la que fueron juveniles, porque nuestros mayores fueron esos críos que hoy corretean en las calles. Gracias al esfuerzo titánico de antaño tenemos un mundo un poquito mejor que el de ayer. Y todo, por su puesto, se lo debemos a ellos y ellas.

@luisfeblesc