Me tropecé con una dedicatoria de fecha de 21 de junio de 1996, del amigo Esteban Domínguez Hernández, quien escribió el libro Misceláneas Realejeras. Cosa que le agradecí. Hoy, voy hacer una pincelada de esta historia.

Bueno, como todos o casi todos conocemos, en este municipio realejero, se observa un gran coloso, un gran edificio, que muchos lo veían como una cosa que había caído del cielo. Ya que en esta isla de Tenerife es el único, ya que sólo se ve en las películas. Este coloso se encuentra entre el lugar llamado Los Barros y La Longuera, hablo de esos años de mi niñez. Es un castillo, y en tiempos pasados se encontraba en medio de fincas de plataneras o otras sembraduras de la época. A la zona de su ubicación, se la llama la zona del Castillo.

Cada cosa tienes su momento, y su época, hoy dicho castillo de Los Realejos, como se ha conocido, se encuentra muy cerca de la autopista del norte de Tenerife (TF-5).

A la llegada de ese momento, sus propietarios tomaron la decisión de alquilarlo para poder mantenerlo. Así, estuvo varios años, en diferentes estilos, como alquileres a un militar alemán, en su principio. “También se llegó a decir, en una época, que fue alquilado a unos alemanes, que realizaban trabajos sobre espionaje”.

Este coloso o gigantesco castillo, posee cuatro torres que coronan y embellecen su imagen. El Castillo fue mandado a construir Luis Renshaw en 1862, hijo del cónsul general de Estados Unidos. Posteriormente, fue vendido a Robert Halford Bosanquet, quien residió allí, junto a su mayordomo, hasta el año 1912, fecha de su fallecimiento. Tras fallecer Halford, la propiedad pasó a manos de su mayordomo Cecil Bisshopp. Los hijos de éste, lo vendieron a Fernando Weyler López de Puga, Marqués de Tenerife y profesor de la Escuela de Bellas Artes de Madrid.

En aquellos años, en el interior del Castillo, las paredes eran ocupadas por diversos cuadros. En una comunicación con su hijo, Fernando Weyler Sarmiento, confirmó que esta adquisición se produjo en 1960. En el año 2000, el castillo fue vendido a su actual propietario, Jorge Bingel.

Por último, el Castillo, se convirtió en lo que es hoy en día, un lugar para diversos eventos, banquetes, bodas y demás, donde destacan los elegantes jardines.