Un gol europeo a Biden

En política exterior el asunto más importante que afronta Biden es su relación con una China que busca mayores cuotas de poder y de influencia internacional. Con Trump esas relaciones han caído a niveles muy bajos y su denuncia del Tratado Transpacífico ha dejado a Pekín las manos libres para fijar las reglas comerciales en la región fundando la Asociación Económica Integral Regional que reúne a 15 países con 2.000 millones de habitantes y el 30% del PIB mundial y de la que EEUU ha quedado excluido. Un desastre para Washington.

Biden no lo tiene fácil porque la animosidad recíproca crece entre dos rivales antagónicos: China quiere cambiar el orden mundial en favor de otro más tolerante con los principios autoritarios, mientras que EEUU favorece un multilateralismo de democracias libres. Washington cree que China amenaza su supremacía, mientras China cree que EEUU quiere impedirle ocupar el lugar que legítimamente le corresponde en el gran teatro mundial. Algunos dicen que esto terminará en una guerra (Graham Allison: Trampa de Tucídides) que podría llegar incluso por error (Michelle Flournoy) en lugares como el Mar del Sur de China, Taiwán o Corea del Norte, sin olvidar el conflicto por la hegemonía tecnológica (Inteligencia Artificial, redes 5G...).

El problema podría no desaparecer, aunque China se convirtiera en una democracia como Taiwán, porque lo que hay en el fondo es un conflicto de poder. En contra de la guerra juega el hecho de que China sabe que aún no está preparada para enfrentarse a EEUU. Con Biden han cambiado el lenguaje y las formas, pero no cambia el fondo de la relación, porque la contención de China forma parte de la estrategia norteamericana y tiene un amplio respaldo bipartisano. Por eso Biden hizo alarde de firmeza frente a China en su discurso del pasado jueves ante los diplomáticos del Departamento de Estado.

Biden quiere enfrentar a China junto a sus principales aliados y eso ya es un cambio considerable respecto del estilo Llanero Solitario de Donald Trump. Entre esos aliados están ciertamente los europeos, muy escaldados tras la difícil relación con Washington de los últimos cuatro años, y resulta que el 30 de diciembre, un mes antes de su toma de posesión, europeos y chinos le han metido un gol al firmar un Acuerdo sobre Inversiones que llevaban siete años negociando y que bien podría haber esperado unas semanas más. Por eso ha caído muy mal en Washington, aunque EEUU lleva años sin consultarnos lo que hace con China y poco puede quejarse.

En Europa algunos justifican este acuerdo como ejemplo de nuestra «autonomía estratégica» y por las concesiones que China nos hace en materia de acceso a mercados, igualdad de trato, subvenciones y eliminación de la necesidad de operar con socios locales o de compartir tecnologías sensibles. Otros, sin embargo, lo critican por considerar todo eso bastante vago, porque apenas hay referencias a derechos humanos en el acuerdo y porque lo califican de ingenuo, precipitado e, incluso, de “error estratégico”.

No es lo que creen los chinos, que por encima de consideraciones comerciales no desdeñables consideran que lo realmente importante de este acuerdo es que permite a Pekín mostrar al mundo que no está aislada mientras le arrecian las críticas por su manejo de la pandemia y de los derechos humanos en Hong-Kong y Xinjiang. Además el acuerdo mete una cuña en la relación trasatlántica adelantándose a la posible concertación que desea Biden. Y por eso ha sido recibido en Pekín como “un gran éxito”.

Europa, que ciertamente debe tener autonomía estratégica, no puede ser equidistante entre EEUU y China porque está claro que nos conviene más un mundo regido por los patrones americanos que por los patrones chinos. Pero alinearnos con Washington no significa seguirle ciegamente y me da la impresión de que los americanos no lo acaban de entender. Por eso esta última semana Macron ha recordado que un escenario de todos juntos contra China sería “contraproductivo” y también Merkel se ha mostrado contraria a construir bloques enfrentados. Lo que demuestra que reconstruir la confianza con Europa que Trump ha dinamitado durante cuatro años deberá ser otra de las prioridades de Biden.