Recientemente una escritora colombiana relacionaba el reggaeton con el amor provenzal (S XII), la minne, los juglares, con el perreo como berrea del ciervo que aúlla por sexo. En principio pareciera que el amor cortés, la minnesang al exaltar el amor romántico, la seducción, los quiebros más atentos y exquisitos del amor cortés, no tuviera nada que ver con la sexualidad primaria, empeñosa que caracteriza al reggaetón. Sin embargo, se comunican, el amor cortés no olvidaba su objetivo último o complementario, y entre ellos si habría una suficiente concordancia, como deducía la escritora colombiana.

Mientras las universidades y elites norteamericanas expanden por el mundo el feminismo queer, que abole la naturaleza de la condición humana: los seres humanos no somos más que constructos culturales, preconizando la reversibilidad sexual (a los 13 años puedes declararte género femenino y a los 25 macho); el grupo Me-too extiende la inquisición, persecución en nombre también del conjunto de las mujeres. Pero no muy lejos de las fronteras norteamericanas, incluso casi dentro como Puerto Rico, Bogotá, el Caribe, se celebra la vida en toda su porosidad, con los ojos brillantes y acuosos de poesía y sexo, de ensoñaciones, romanticismo y entrega. Son los misterios dionisíacos, los ritos báquicos, las saturnales. Unos ritmos que acompañan otros ritmos: de la sangre en sus bombeos más urgidos.

Los héroes del reggaeton como Wizin, Maluma, el veterano Romeo Santos son bilingües, interculturales, dicen en los videos “bendiciones, hermano” pero son agnósticos, no reconocen tutorías, autoridades, lo políticamente correcto (que desprecian con saña), la sumisión, la disolución en mayorías rebaño y el perfil anodino y mequetrefe. Estos no se dejan evangelizar y evidentemente no creen en la nueva moral ni en las coacciones puritanas de las más sulfurosas políticas ñoñas. La música otra vez se hace resistente e inasimilable, ¿no se definen así los viejos rockeros y no lo proclama Loquillo en cuanto tiene oportunidad?

Difícilmente cabe imaginar una contestación más radical y amplia al establishment cultural de la corrección política, contra esa vocación educativa totalitaria, constructiva de un ser humano, disciplinado e ideologizado por los/as más indigentes intelectualmente, diseñado para un mundo conventual, cuartelario o frenopático. En el que líderes iletrados, cínicos e inmorales, que tan bien conocemos, fueran los burócratas que hicieran las leyes y tuvieran el control. La única resistencia cultural, de verdadera cultura popular de masas frente a esta higienización moral de las élites y la locura de la conformación, disciplina y acatamiento ideológico, es el reggaetón, que es lo revolucionario frente a ese regreso a la esclavitud de pensamiento y vida, digna de los “camisas pardas” (progres).