Para el presidente de gobierno Pedro Sánchez, al menos en estos momentos, no existe otro propósito político que no sea el de mantenerse en el poder a costa de lo que sea y de quien sea. Para ello anda liado o encamado, nunca se sabe, con sus aliados de legislatura: comunistas, populistas, herederos de etarras y representantes del golpismo más rancio –como se verá todos ellos enemigos de España y de nuestra actual constitución–, para pactar cueste lo que cueste –a él, nada; a los españoles posiblemente la memoria, la dignidad, la justicia y la libertad–, los presupuestos generales del próximo año, que le puedan servir para tener garantizado un horizonte de estabilidad que le lleve a terminar sin sobresaltos la actual legislatura.

Todo lo demás: la pandemia, los más de 50.000 muertos, la crisis económica, la crisis institucional –donde su principal socio pone en entredicho la actual forma de Estado–, el que se haya cargado de un plumazo el español como lengua vehicular, o que ponga en serio riesgo la enseñanza concertada y la educación especial; incluida, por supuesto, el imparable aumento de la presión migratoria que ha situado a Canarias en la diana de las mafias que trafican con seres humanos; pues bien, todo eso, se la trae al pairo. Otra cuestión sería que dicho foco migratorio estuviera situado en el País Vasco o en Cataluña, cuán rápido, por la cuenta que le trae, lo habría resuelto.

Pero Canarias es diferente; tiene un gobierno socialista –elegido por los votos de los canarios y canarias–, cuyo presidente hace lo que puede: se lamenta, se queja, protesta…; pero poco más. Eso sí, afea al ministro del interior su total desconocimiento acerca de cuanto ocurre en el ya, por desgracia, famoso muelle de Arguineguín, en el sur de Gran Canaria, cuando afirmaba que los migrantes no estaban en dicho lugar más de 72 horas; mientras la vicepresidenta Carmen Calvo, daba plantón en el Senado al líder de CC, Fernando Clavijo, sobre la total descoordinación e ineficacia del gobierno en las políticas en materia de migración que se vienen aplicando en Canarias.

Entretanto, al presidente del gobierno socialcomunista que padecemos, ni se le ve ni se le espera por estas tierras canarias –al parecer no es época de vacaciones en La Residencia Real de La Mareta–, así que prefiere mandar a sus ministros para que parcheen lo que ya se ha convertido en un colapso migratorio; mientras él se entretiene en blanquear sus pactos contra natura por las distintas comunidades autónomas donde gobierna el PSOE, o lo que va quedando de él, arropado por los aplausos y parabienes de quienes les debe el puesto y el plato de comida.

Es inadmisible que el gobierno central pretenda convertir a las Islas Canarias –que en estos momentos se juega su imagen como destino turístico–, en un tapón migratorio, repartiendo a miles de ellos en hoteles y apartamentos, cuando no en carpas militares. En estos momentos han llegado a Canarias más migrantes en las últimas semanas que la suma de los últimos 8 años: 18.348 y sumando. La política migratoria de España es un puro desastre. Es lenta, errática e incapaz de dar una respuesta coordinada. No nos podemos limitar simplemente al control de fronteras. Dicha política debería ser una cuestión de Estado; es más, hay que advertir a la Unión Europea de que no puede permanecer al margen. No nos podemos permitir el lujo de convertirnos en una nueva Lesbos o Lanpedusa. Ni aguardar a enero del año que viene a que vengan de la ONU a comprobar cómo se gestiona la crisis.

Lo que está sucediendo en Canarias con la migración es impropio de un estado democrático y de derecho. Esperemos que a la hora de las urnas los canarios tengan memoria democrática y sepan valorar el peso y la importancia de sus votos.