En Canarias vivimos con un lenguaje rico en proclamas de intenciones, en una inflación de declaraciones, de modos y alegatos que devalúan algo básico en nuestra sociedad, la relación entre lo que decimos y lo que hacemos.

Estamos en tiempos de cambio, y los mismos nos obligan a una lectura pausada de lo que hacemos, separando el trigo de la paja, el largo recorrido de los alegatos sobre los efectos del cambio climático. Esto demanda aquí y ahora aplicaciones y lecturas concretas, desde la escuela hasta el territorio, no vale que hagamos responsable de lo que hacemos mal al clima, o bien a otras causas alejadas de los humanos. Aquí y ahora tenemos responsabilidades concretas, con nombre y apellidos.

En La Palma, las tuneras no han desaparecido por el cambio climático. Hace pocos años, alguien con nombre y apellidos introdujo una nueva cochinilla, más agresiva que la que introdujo en 1820 desde Méjico el canónigo de la catedral de La Laguna, José Quintana Estévez (v. El Día de 18 de octubre de 2020 - José Luís Ledesma Alonso). En media docena de años, en la isla han quedado como testimonio muy pocas plantas, en su mayoría tratadas por un pequeño grupo de agricultores. Las distintas administraciones nos hablan de cambio climático, teorizan y se olvidan de lo que hemos de hacer.

Las tuneras o nopales reúnen una serie de valores básicos. Son plantas adaptadas a la aridez, tanto en Canarias como en Oaxaca, por eso tenemos tuneros desde Guatiza y Mala en Lanzarote, hasta Fuencaliente, desde zonas húmedas en Aguagarcía en suelos ricos al malpaís de Las Manchas en La Palma, o Santiago del Teide, es más, en suelos ricos y profundos o en laderas áridas en Masca o Tijarafe.

Las tuneras y la economía. Si bien se introdujo como planta para mantener la cochinilla, por su valor como colorante, tras la crisis de este producto en 1870, la expansión de las tuneras se ha mantenido por ser una planta de gran utilidad, productora de alimentos tanto en un medio árido, como en los húmedos: higos picos o tunos como fruto, o bien pasados - higos porretes-, qué decir como forraje en los secos veranos canarios, tanto las pencas para vacuno o caprino, como los tunos para cochinos. Aquí teníamos una reserva alimenticia, es más, los tunos también eran alimentos para nuestra fauna, qué decir de las pencas asilvestradas como alimento para el ganado en los suelos más pobres.

Las tuneras como freno a la erosión y contención de plantas invasoras. Léase lo que ocurre en las zonas bajas de La Palma, hoy desnudas de tuneras, colonizadas por rabo de gato (pennisetum setaceum). O bien como planta que frena la erosión en laderas, véase zonas del sotavento de dicha isla, ahora sin tuneras, en las que actuará la erosión cuando nos visiten las lluvias.

Estos surcos pretenden crear conciencia para evitar que el desastre producido en La Palma, en el que han predominado los "mudos" políticos e intelectuales, solo lo hemos denunciado una minoría a la que se le presta poca atención. Hagamos lo posible para que La Palma sea una referencia de lo que no hemos de hacer cuando la nueva cochinilla aparezca en las 6 islas que aún están libres de tal desgracia socio ambiental.

Espero que la Consejería de Transición Ecológica, que tanto nos habla del cambio climático, haga algo más que declaraciones sobre el nivel del mar y los glaciares. Aquí y ahora, las tuneras son plantas básicas, como freno a la erosión, pero también como productoras de alimentos, poco exigentes en agua y tolerantes a suelos pobres. La planta que está en la base del escudo de Méjico, aquí en Canarias ha sido una planta básica en la alimentación de nuestro pueblo, hagamos una barrera de compromiso para evitar que lo que ha ocurrido en La Palma en media docena de años, sea un ejemplo de lo que no debemos hacer en el resto de las islas. Es más, debemos plantar tuneras en La Palma, con compromiso de cuidarlas.

Hagamos menos declaraciones y sembremos más trigo, menos cursos sobre rabo de gato, y más trabajo en los surcos. El cambio cultural es algo elemental, también en el cambio climático.