Pillo el debate de la moción de censura en el Congreso de los Diputados, precisamente cuando el portavoz del PNV toma la palabra. Aitor Esteban tiene su gracieta preparada y dice que no va a decir nada "sobre esta patochada". Y se va después de un minuto en una tribuna de oradores. Curiosamente llevo años escuchando que Esteban parlotea maravillosamente; a mí, si soy sincero, me asombra mucho el elogio. Su señoría es, sin duda, un buen tribuno, pero esto debe haber decaído mucho. Para no salir del ámbito vasco, Juan María Bandrés era no solo un orador admirable, sino un abogado y ciudadano ejemplarmente comprometido con las libertades públicas y la convivencia en libertad, y no un obscuro burócrata del PNV. Bandrés, por cierto, murió 8 días después de que ETA anunciara su disolución en octubre de 2011.

Una moción de censura puede ser ocasión de innumerables patochadas, en efecto, pero no es una necedad. Es un dispositivo constitucional relevante en el parlamentarismo español y ha sido utilizada por la nueva ultraderecha celtibérica por primera vez porque, por vez primera, dispone de una representación parlamentaria suficiente para presentarla.

Santiago Abascal es un sujeto mal escolarizado que no ha presentado un análisis político, económico y social, sino un conjunto de exabrutos guerracivilistas; que no ha precisado un proyecto de gobierno, sino que se dedicó a aventar un surtido de excomuniones, amenazas, escupitajos grandilocuentes, idioteces conspiranoicas y miserias morales. No existe ninguna renovación en la ultraderecha que representan ahora Abascal y los suyos: si uno cerraba los ojos de vez en cuando le parecería escuchar una prédica apocalíptica de Blas Piñar. Ni un átomo de las nuevas derechas populistas e iliberales se puede registrar en su discurso, sostenido en una cultura política de raíces franquistas, aguado en todo menos en la pulsión autoritaria y excluyente. Steve Bannon ni se molestaría en leer toda esa casposidad machorra y engolada. La única pequeña novedad fue la ironía dedicada a las empresas del IBEX 35, pero no pasó a mayores. Vox es una ultraderecha casi tradicionalista empapada en coñac, ahumada por puros y con una ideología de cretona incapaz de presentarse como una fuerza antiestablishment que se enfrenta a los grandes poderes económicos, corporativos y culturales en favor de los obreros y las clases medias.

A Pedro Sánchez le brillaban los ojitos. Por supuesto se puso presidencial: así nadie podría olvidar que es el presidente democráticamente elegido y con una incuestionable legitimidad. Pero fundamentalmente dedicó su intervención a ganar de nuevo la Guerra Civil. No sé cuántas veces ya. Qué inmensa suerte: una derecha fraccionada en tres cachos y un presidente dispuesto a mercadear hasta con el tuétano de nuestros huesos y los límites de la Constitución con los independentistas.