La gente, en las islas, nos sale por las orejas. Como las polillas con la luz, miles de personas vinieron a trabajar en el turismo. Y ahora, que se nos han fundido los plomos y estamos en un cero energético, ha llegado un pánico muy justificado.

Ahora mismo estamos en apnea. El oxígeno que está en sangre es el que respiramos el año pasado. Pero para darle de comer a dos millones y doscientas mil almas hace falta más. La agricultura y la industria no son un refugio para nadie. También son sectores cautivos del turismo, como el comercio. Esto es un tsunami que nos tiene a todos sumergidos en el desconcierto y la desesperación. Y cuando el aire se nos vaya acabando acabaremos pataleando en el vacío.

Como un actor sobre el escenario, agarrando una siniestra calavera, las islas se están preguntando ahora mismo sobre ser o no ser. Porque el riesgo es muy alto. Pero en Madrid creen que es solo otra representación del famoso teatrillo canario. Por eso los presidentes hacen incursiones turísticas limitadas por los muros de un palacete costero y los ministros no vienen. Están de llorones hasta más arriba del bigote porque toda España, toda la que no es Cataluña y País Vasco, no hace más que sollozar y pedir.

Nuestros ancestros sacaban a los santos de procesión para pedirle a los cielos que llorasen en forma de lluvia. O sea, que eso de esperar milagros lo llevamos empaquetado en el ADN. Ahora, que ya no quedan ni santos ni vírgenes en la nómina de la Agencia Española de Meteorología, la dirigencia canaria espera un milagro directamente de Dios que, en ausencia de Pedro Sánchez, es la máxima autoridad en la materia.

La apuesta de Canarias es que el turismo vuelva. Y que sea ya. Pensamos que metiéndoles un bastoncillo por la nariz a la entrada y la salida este será un lugar seguro, aunque ya esté bichado. Y nos inventamos palabras eufónicas, como "corredores seguros". Pura quincalla. No vendrá nadie porque en Europa están en crisis de miedo y de bolsillo. Y cuando pase el tiempo y regresen los guiris, al bajarse del avión se van a encontrar un cementerio.

Muchos hoteles canarios no aguantarán. Son carne de cañón para fondos oportunistas. Y el zooplacton turístico, miles de pequeños negocios, están cayendo asfixiados ahora mismo: todos los días. Hace años, las islas, en una de las operaciones de genocidio económico más flagrantes que se recuerdan, perdieron la industria tabaquera, asesinada por los grandes intereses del monopolio de tabacos peninsular y la incompetencia de los políticos, empresarios y sindicatos canarios. Al contrario que en la naturaleza, sobre el cadáver de aquella industria no creció ninguna otra cosa. Es un esqueleto abandonado en nuestro enorme desierto económico.

Nuestra clase dirigente —entendida como algo más amplio que el gobierno— yace en la estupefacción. Todo está fiado al regreso del monocultivo. Pero nadie sabe cuándo pasará. Y mientras tanto el aire se termina y seguimos sumergidos en unas aguas cada vez más frías y más oscuras. ¿Cuánto aguantaremos?