Ya sabemos en qué consiste la cogobernanza en una coyuntura de crisis estructural en un Estado semifederal como el español: en ofrecer 3.000 soldados como rastreadores y en trasmitirles a las comunidades autónomas que podrán pedir, si así les place, que se declare el estado de alarma en todo o en parte de su territorio. En realidad eso ya estaba establecido en la ley que regula el estado de alarma desde 1981: una vez aprobado por el Gobierno central, este puede delegar en el presidente de la comunidad autonómica como autoridad responsable, y colocar en su caso, bajo sus órdenes, a los cuerpos y fuerzas de Seguridad del Estado.

Por supuesto que eso se parece tanto a la cogobernanza como un huevo Fabergué a una castaña pilonga. La cogobenanza no consiste en que las partes se sacudan problemas de encima, sino en encontrar espacios deliberativos donde se encuentren respuestas que satisfagan los intereses locales sin afectar a los intereses generales y viceversa a través de un equilibrio que a menudo será complejo, problemático, arriesgado. La polarización ideológica y las fuerzas centrífugas de los nacionalismos en el poder lo dificulta más aún. La Conferencia de Presidentes, probablemente, no podría ser ese espacio de diálogo, acuerdo y consenso dotado con la suficiente agilidad operativa. Pero Sánchez y su equipo han tenido tres meses, tres meses como mínimo, para construir esa zona institucionalizada de encuentro. Y no lo han hecho aunque, para ser sinceros, no es suya toda la culpa.

Imagino que la Policía Nacional y la Guardia Civil, si reciben dicha instrucción, se pondrán a las órdenes de un presidente autonómico; lo que no termino de creerme es que la amplia mayoría de los presidentes autonómicos dispongan de la experiencia ni el asesoramiento técnico bastantes como para asumir semejante responsabilidad. ¿Y si la zona afectada por el estado de alarma en una comunidad es fronteriza con otro territorio autonómico y surgen problemas de proximidad? ¿Se solucionan entre los dos presidentes sin intervención del Gobierno central? La casuística puede ser muy amplia y de una asombrosa complejidad. Es grotesco que el Ejecutivo de Pedro Sánchez pretenda ausentarse políticamente con una pandemia vírica que se extiende por todo el territorio español. Grotesco, peligroso y ligeramente fullero.

Sánchez no quiere achicharrarse entre las llamas de la frustración, el miedo y la protesta por un nuevo confinamiento, Y menos todavía si se trata de confinamientos municipales y comarcales, cuyos afectados lo señalarían furibundamente con el dedo. Una cosa es confinarse con millones de españoles -puede incluso vivirse con una resignación heroica- y otra confinarse con algunos miles o decenas de miles de vecinos - ¿por qué nosotros y no los de enfrente?- El presidente del Gobierno también se evita así, con esa gobernanza de pega, acciones que molestarían a los nacionalistas vascos y, sobre todo, a los independentistas catalanes, con elecciones más o menos previstas en el próximo otoño, si Cataluña, gracias a Quim Torra y a su circo de enanos vigoréxicos, no queda reducida a una leprosería a orillas del Mediterráneo. Y si finalmente se desata el caos y no puede reprimirse un brote que acabe afectando ampliamente a todas las comunidades autónomas, Pedro Sánchez aparecerá con una sonrisa mesiánica y retomará virtuosamente el mando único, aunque él, por supuesto, no quiera beber de ese cáliz.