Una noche de junio, titubeante como el destino. Las ventanas cerradas y un temperado silbido de hojas removiendo el aire espeso. Quietud. Y algún revoloteo lejano que me saca del precipicio del silencio. Por primera vez, desde hace mil años, no salí a ver las hogueras ni a compartir vino, risas o papas. Esta noche miré aquellas noches… tantas, de tantos años atrás, con ojos de añoranza. Mirada perdida. Ausencias marcadas. Antes me perdía yo. Y decía quién sobraba. Esta noche, ni he saltado las llamas. He quemado el papel de unos deseos que no me decían nada. Políticamente correctos, sí, pero como si ardieran en agua.

Hacer lo que hay que hacer. Pero sin sentir o sin querer sentir nada. Es como si toda esta incomodidad dañina y cruel, como si este mundo de los últimos meses nos hubiera capado la ilusión, el deseo o la pasión. Esta noche de San Juan no es aquella gloriosa noche de San Juan. No. Esta noche como mil noches más como esta que hubiera, las celebraría cada treinta de febrero. Un año tras otro. El día que nunca llega. Ese tiene que ser. Esperando lo que ya pasó. Celebrando lo que nunca fue.

Esta noche, no he abierto la ventana. No he asomado a ver las llamas. Esta noche, que pase como si nada. Hacía día de playa. Y saliste como loco, arrastrando la toalla. Y te pones en la arena y quieres flotar… como en el agua. Que dañino es el recelo. Qué bien viven quienes no saben de miedos. Por si la arena… mejor que no se acerquen. Mejor no paseo… vete a saber. El vete a saber nos está ahogando.

Esta noche, puedo escribir los versos más tristes. Lo triste es que usted también. Y pedimos abrazos en los deseos… cuando hace muy poco tiempo, abrazados los pedíamos y con besos los firmábamos. La rúbrica, el sello, el compromiso más fiable. Puedo decirlo. Judas no existe. Pero esta noche no hay firma, ni autógrafo que se inmole en este fuego que ni arde ni calienta ni quema.

Noche descafeinada sobre leche desnatada sin lactosa. Benigna y sin sabor a nada. Melones verdes. Esta noche es toda una metáfora de lo vivido en este distópico 2020. Aún no se había puesto duro el turrón blando y el sol se apagó en un confinamiento dónde sacamos tres seises seguidos al parchís, caímos en la casilla de la cárcel o la de avance rápido del juego de la oca.

Esta noche, sin ganas y sin resuello, construí una hoguera para quemar los silencios y que ardieran las palabras. Las que duelen, las que dañan, las que llevan, las que matan. Hoguera de silencios, hoguera de libertad, hoguera de paciencia y miedo, hoguera de dolor, de soberbia… de esperanza. Hoguera de los vivos y hoguera, también, de los muertos.

Esta noche nos extrañamos. Como si fuera costumbre. Qué raro. Ni siquiera huele a quemado. Esta noche de san Juan no ha traído ni el verano. Solo recuerdos fríos. Tan lejanos. Vamos a contratar soñadores. Sí, soñar, aunque tenga que ser de pago. Que nos traigan los amigos, los amores, las personas importantes. Los poemas, los abrazos… que se sientan como antes. Que vuelva todo. Que vuelvas tú. Fundamentalmente tú. Que vuelvas a ser como antes.

Feliz domingo.

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