En su tesis doctoral, Multitud y acción colectiva postnacional, Pablo Iglesias examinaba las conexiones y características comunes de los movimientos de protesta antiglobalización en Europa y América, y bajo la inspiración conceptual de Toni Negri expresa su desconfianza política hacia los partidos políticos, portadores de intereses interclasistas y agentes integrantes de un orden institucional que tiene como prioridad la incesante producción de consensos. La democracia representativa no sería otra cosa que una estrategia de legitimación del capitalismo tardío, primero en el ámbito nacional, luego como garantía de estabilidad y colaboración en la era de la globalización. Cualquier intento de transformación social debería adoptar otras formas de organización, otras estratagemas y otros objetivos en las calles, en los talleres, en las fábricas y en las universidades. El nuevo sujeto transformador era la multitud, algo a medio camino entre el pueblo insurgente y el activismo organizado. Así facturada la tesis, Iglesias se convirtió en doctor, y comenzó a impartir clases como profesor asociado en la Complutense.

Podemos ha culminado el ciclo de su institucionalización esta semana con su tercer congreso, una previsible fiesta oficialista que, por supuesto, revalidó a Pablo Iglesias como su secretario general. Y no solo eso: de las 89 plazas con que cuenta el Consejo Ciudadano Estatal los hombres y mujeres de la lista de Iglesias los han ocupado todas. Todas. Y aún más: todas las propuestas políticas, programáticas y organizativas de Iglesias y los suyos han sido aprobadas, aunque en la votaciones solo haya participado un ridículo 15% del censo, un tercio de los que lo hicieron en Vistalegre II. Ya no hay límites a los mandatos políticos y orgánicos, ya no está en vigor lo de los tres salarios mínimos como tope de sueldo y ya los círculos no deciden nada. Huido Errejón a su semifracasada aventura, ausentes los Anticapitalistas y con Teresa Rodríguez a punto de ser relevada en Andalucía, Podemos ya es un partido mondo y lirondo y Pablo Iglesias un dirigente que ha conseguido la plena e inatacable identificación de su liderazgo con la organización. Es tan sorprendente este tránsito en apenas seis años que esa desfachatez de que la segunda de a bordo en el partido sea su compañera y madre de sus hijos se trata como una anécdota, y cuando no es así se sueltan los perros de Twitter y queda claro que el crítico o disidente es un fascista, un machista o una rata de alcantarilla.

Tácticamente ágil, oportunista nato e intelectual de solapas no ha aprendido nada en los últimos seis años. Ya no es comunista, ni socialdemócrata, ni rojipardo: solo pablista. Cuando Iglesias, ya como vicepresidente, se dirige a colectivos o personalidades para jalear sus protestas contra el Gobierno, por ejemplo, no lo hace porque lo apuntale como un contrapoder, sino para disimular que ahora está entre los que mandan. Estar y no estar. Gobernar y oponerse. Visitar a Junqueras para que apoye la investidura de Sánchez o señalar que el acuerdo con Bildu debe respetarse y la reforma laboral de 2012 anularse de un plumazo, Ambos son ejercicios de fuerza para alcanzar el poder o someter al socio a suficiente presión para que no piense en otra cosa que en seguir adelante con Podemos. Es decir, con Pablo Iglesias. La multitud ya no es cosa de Toni Negri. Multitud son los que puede meter (y mete) en las deliciosas covachuelas de sus ministerios.