Lo mejor del placer de la lectura son los orgasmos literarios. Hasta ahora no había compartido esto con nadie, pero tengo que desvelar que, a lo largo de mi vida, he tenido innumerables e incluso múltiples. Espero que usted, apreciado lector, también los haya tenido y seguro, picarón, que los ha compartido discretamente entre sus amistades y seres queridos, recomendando a cualquier persona que aprecia la lectura de un libro que le ha producido una especial satisfacción.

Confieso que he tenido orgasmos literarios con todo tipo de autores: nacionales e internacionales, hombres y mujeres, de cualquier condición sexual, de todas las razas y de todos los credos. Nunca me importó de dónde venía el placer de la lectura, simplemente lo disfruté tal cual me venía propuesto, con la mente abierta y el cuerpo bien dispuesto.

Cuando empiezas una relación con un libro se inicia una aventura, que no sabes como va a terminar, aunque puedas tener buenas referencias de otros lectores. Pero cada relación es única y lo que no funciona con uno puede funcionar con otro. Hay ocasiones en las que uno es demasiado joven e inexperto para afrontar esa relación, por lo que debe saber esperar con paciencia y prepararse mejor para disfrutar más adelante de toda la plenitud que la lectura puede llegar a proporcionar.

Aunque otras veces sucede precisamente lo contrario, que la vitalidad inconsciente es capaz de dotar a una obra madura y compleja de un intenso vigor. A mí me ha pasado todo esto, al igual que he tenido malas experiencias, que acabaron en ruptura prematura antes de llegar a la culminación, incluso en la primera mitad de la historia, lo que resulta frustrante, pero que forma parte del riesgo que se asume en toda aventura.

No todas las personas experimentan los orgasmos literarios de igual manera. Hay personas de orgasmo literario fácil, que devoran un libro como si no hubiera un mañana, con nocturnidad y alevosía, con instinto animal, y luego no les importa volverlo a hacer como si persiguieran repetir el disfrute o buscaran nuevos recovecos de placer. Otras, languidecen en sus páginas como si se deleitaran, siguiendo un solemne ritual sagrado, acariciando cada palabra, cada frase o cada verso. Reconozco que yo también he leído algunos libros más de una vez... de ambas maneras... y seguramente los volvería a leer de nuevo. Es cuando el placer se convierte en vicio. ¡Pero qué vicio más rico!

Los orgasmos literarios se sienten en la mente, pero recorren todo el cuerpo. Pueden producir escalofríos, pero también una agradable sensación en la piel y en la boca, además de en otros lugares. Llegan a provocar excitación, pero de igual manera se pueden manifestar como un masaje relajante o una experiencia tántrica. Tienen la capacidad de prolongarse hasta alcanzar un éxtasis emocional y del conocimiento, que mejora la percepción de todo lo que rodea a quienes los disfrutan. Hasta mejoran la actividad sexual.

Lo mejor de los libros es que no son celosos y que puedes tener una relación múltiple con varios libros a la vez... y no estar loco. O quizá un poco sí. Y tampoco te montan una escena cuando los terminas, dejas la relación y comienzas una nueva. Son generosos y entienden que la vida sigue y que las sensaciones y pensamientos que han aportado al lector van a acompañarlo mientras viva.

De un tiempo a esta parte, la mayoría de mis orgasmos literarios proceden de un autor de difusión minoritaria, pero cercano en el espacio-tiempo y que ha sido más elogiado y valorado en el extranjero que por sus compatriotas. Vive en un lugar de Canarias de cuyo nombre no quiero acordarme (para no perturbar su sosiego ni su trance creativo). Es un hombre de cuerpo menudo, vivaces ojos claros y largos cabellos canos, que se muestran más escasos entre la coronilla y su frente, y debajo de los cuales se camufla un experimentado cerebro, curtido en mil batallas cotidianas libradas a lo largo de varias décadas en distintos países europeos.

Compone música con palabras de los diferentes idiomas que habla y da voz a seres comunes, invisibles para la sociedad. Tiene más de cuarenta títulos publicados, pero aún son más los inéditos. Novela, poesía, teatro, ensayo... nada escapa su inventiva, e incluso mezcla géneros a propósito para enriquecer más sus obras. Siente predilección por los poemas heptasílabos y la exuberancia de su lenguaje recuerda a los mejores autores españoles del Siglo de Oro, aunque también sabe ennoblecer los valores literarios de los términos coloquiales contemporáneos, al igual que de los canarismos y guanchismos. Después de haber leído casi una veintena de sus obras, creo que puede ser el único autor que ha existido millonario en palabras, algo mucho más difícil y meritorio que ser millonario en monedas de curso legal que pasan de mano en mano o se transfieren de cuenta a cuenta. ¿Su nombre? José Rivero Vivas.