En diciembre de 2019 conocimos un patógeno que, de entrada, se creyó de procedencia animal, que saltó a los humanos en Wuhan, en la provincia china de Hubei, y provocó neumonías mortales en los casos graves. Diez semanas después, hablamos de 160.000 contagios en 150 países, 5.000 muertos (3.200 solo en China) y 65.000 recuperaciones. Y, además, sitúa a España en el cuarto lugar del mundo -el segundo, tras Italia en Europa- con un triste récord de muertes -152 en un día- y un implacable crecimiento de afectados: 8.700 en la mañana del lunes, con una proyección estimada del 25 por ciento. Apoyada sin fisuras por las fuerzas políticas -alguna con matices- y las comunidades, la declaración de alarma del Gobierno estatal llegó en un sábado de televisores y móviles y mediante la comparecencia del presidente Sánchez. La respuesta inmediata fue la conducta ejemplar de la ciudadanía, que, en un breve lapso de tiempo, asumió obligaciones y responsabilidades nuevas e incómodas y que, durante dos días, en hora señalada y mediante convocatoria en redes, aplaudió con fuerza y calor, desde el gallego Finisterre al lanzaroteño Femés, los esfuerzos ímprobos del personal sanitario que luchaba, con denuedo y carencia de medios, contra el Covid 19 en todos los frentes del estado.

La colaboración leal y abierta de los gobiernos autónomos y la cívica actitud del común de los españoles apenas si tuvo algún lunar torpe y extemporáneo: el supremacista contagiado Quim Torra, que no firmó la declaración conjunta de los diecisiete presidentes con la monserga de siempre; y la de su correligionaria Clara Ponsati, miembro del partido más corrupto de Europa y beneficiaria del pesebre de la procesada familia Pujol. En un mensaje en Internet, la actual eurodiputada acreditó su indecencia e insensibilidad con un cínico "De Madrid al cielo", mientras la capital era, y aún es y será, el escenario central de la tragedia que conmueve a todos los bien nacidos; algunas respuestas desde el propio independentismo revelan la calaña de la dama, celebrada solo por Puigdemont, fugado de la justicia por corrupción como alcalde de Girona y por la movida secesionista. Pero los borrones hacen más creíbles y ejemplares los días de historia.