Los negociadores de ERC le exigen a Pedro Sánchez que conteste las llamadas telefónicas del presidente de la Generalitat, Quim Torra, y el candidato socialista acepta, pero para que no parezca una cesión, anuncia que celebrará una ronda de contactos con todos los presidentes autonómicos. ¿Con qué excusa? Puesporqueenestecontextode? Bueno, por lo primero que se le ocurra a usted al introducir su cabeza en el retrete más cercano, lo mismo da. ¿Es suficiente para tranquilizar a Junqueras y sus conmilitones? A Junqueras quizás sí, pero a Torra no. Torra quiere que sea él, y no el lehendakari Urkullu, el primero de los presidentes en recibir la llamada. Como la conversación con Urkullu estaba prevista a las diez de la mañana del martes, el president propone que lo llamen a las ocho, porque él madruga más que los guionistas de Polonia. Sánchez el Interino responde que Torra mucho pedir diálogo, pero luego critica que se hable con todo el mundo. Y así hasta las próximas horas.

A este miserable esperpento se le está llamando "negociaciones para la investidura". El secretario general del PSOE no solo corre el riesgo de cuartear la estructura del Estado, sino de terminar naufragando en un ridículo disolvente, irreparable. Si quiere el apoyo de ERC uno de las reivindicaciones mínimas de sus anhelados socios consiste en admitir, con las debidas firmas y ringorrangos, esa mesa de negociación entre el Gobierno español y el Gobierno catalán sobre las reivindicaciones independentistas. Es hastiante aclarar una y otra vez lo obvio: ERC no quiere un nuevo Estatuto de Autonomía. Quiere que Cataluña se convierta en un Estado propio, y todo se reduce a que están dispuestos a esperar -a través de los mecanismos que se articulen al respecto- cuatro años en vez de dos, por ejemplo, para celebrar un referéndum que entenderán como vinculante, lo sea jurídicamente o no. Y eso es todo. Pero es que esa negociación "en igualdad de condiciones" legitima plenamente el relato construido y difundido por los responsables del procés dentro y fuera de España en los últimos años: un Gobierno que representa al pueblo de Cataluña y que en nombre de ese pueblo auroral, aunque cargado de historia y de dignidad, negocia la autodeterminación con un Gobierno ajeno, que por supuesta no representa a los ciudadanos catalanes. Lo más grimoso es escuchar a Miquel Iceta la defensa de semejante mesa de negociación, sin duda seducido por los sueños húmedos de un Ejecutivo autonómico sustentado en ERC, los socialistas catalanes y los comunes, donde el primer secretario del PSC ejercería como vicepresidente-haiku: Al Fuji subes/despacio -pero subes,/caracolito.

Esta chifladura debería terminar de una vez. Porque puede y debe defenderse un Gobierno español que dialogue con el independentismo catalán siempre y cuando no se ponga en manos del independentismo catalán la existencia y continuidad de dicho Gobierno. Después de una hipotética investidura ERC se encontraría otro regalo para seguir exigiendo y amenazando: el proyecto presupuestario para 2020. Un PSOE mesmerizado bajo el liderazgo principesco de un individuo especialista en gestionar las emociones de los militantes y las ambiciones de los dirigentes tiene muy difícil corregir el rumbo y girar hacia los diez diputados de Ciudadanos. Pero sería un volantazo exigible por pura responsabilidad institucional e inteligencia política.