"Pensamiento magnificado, emoción desproporcionada" es una de las frases que más repito a mis pacientes.

Seguramente te habrás observado alguna vez haciendo una montaña de un grano de arena. Es algo que nos ha ocurrido a todos, pero es importante identificar cuándo lo hacemos, porque ignoramos el coste emocional que pagamos cuando lo convertimos en un hábito de pensamiento.

Lo cierto es que aprender a relativizar es invertir en salud mental. Es una realidad que el dolor forma parte de la vida y que, hagamos lo que hagamos, en más de una ocasión va a ser nuestro compañero de viaje. Importante entender que para que la convivencia con este compañero no deje secuelas y su visita sea lo más corta posible, debemos aceptar su presencia en lugar de luchar contra esta. Desde que asumimos que esto es así y que no podemos hacer nada por evitarlo, nuestra convivencia con el dolor no será tan intensa, nos resultará más sencillo normalizar cómo nos sentimos y veremos con mayor claridad qué podemos hacer para sentirnos mejor. Pero hay otras situaciones donde el único problema que existe está en nuestra cabeza y es donde más debemos poner todo nuestro esfuerzo en relativizar. Recuerda que una misma situación puede ser interpretada desde diferentes puntos de vista. Por lo tanto, en numerosas ocasiones, lo que nos hace daño no es lo que nos dicen o hacen. En gran medida lo que nos causa dolor es cómo interpretamos lo que nos dicen o nos hacen.

1. Recuerda que la emoción siempre aparece después de un pensamiento (una interpretación). La clave está en no dejarte llevar por la emoción de manera automática, sino comprobar si la intensidad de esa emoción es proporcional a lo que realmente está sucediendo. Es cierto que hay determinadas situaciones, objetivamente muy duras de sobrellevar. Sin embargo, hay otras situaciones que son más triviales, pero que magnificamos con pensamientos catastrofistas. Cuestiona tu pensamiento. "¿Realmente esto es un problema? ¿Qué es lo peor que me puede pasar? ¿Tiene solución? Si tiene solución, ¿para qué preocuparme en lugar de ocuparme?; si no la tiene, ¿por qué me preocupo y no acepto? ¿Es tan grave lo que acaba de pasar como para interferir en mi estabilidad emocional y torcer mi día?".

2. Asume que no puedes controlar el cien por cien de las cosas que te suceden, pero siempre vas a poder controlar la interpretación que le das y la actitud que tomas para afrontarlo.

3. Si lo que te ocurre solo va a generarte un pequeño malestar momentáneo, no lo empeores con un diálogo interno catastrofista. Es importante ser una persona responsable, pero también es muy importante reírse de uno mismo y de lo que nos sucede. Si nada más salir de casa se nos mancha la camisa, cogemos un atasco y encima cuando llegamos al trabajo, nos damos cuenta que nos hemos olvidado de coger algo que necesitábamos, tenemos dos opciones. La primera utilizar un pensamiento destructivo con el que conseguiremos que aparezca la ansiedad y la ira que seguramente condicionará el resto del día. Y la segunda opción es respirar hondo, reírte de ti mismo y preguntarte "¿qué más me va a pasar hoy?". Con ninguna de las dos opciones vas a poder cambiar lo que ya ha pasado, pero sí podrás cambiar el significado. La actitud que tomes va a determinar la rapidez con la que encuentres soluciones y a permitir (o no) que cualquier cosa interfiera en tu estado de ánimo.

4. No pierdas tu tiempo en nimiedades. No te atormentes por pequeños problemas de tu vida diaria. Coger un atasco, llegar tarde, que se te averíe el coche, etcétera, son situaciones que lógicamente molestan y enfadan, pero ¿conseguimos algo boicoteándonos y maltratándonos verbalmente? Pues sí. Simplemente sentirnos peor. Relativiza. No vale la pena perder salud por situaciones que, al fin y al cabo, no se le pueden llamar problemas.