Se ha dicho, con razón, que Pedro Sánchez se equivocó convocando unas nuevas elecciones que no solo no han solucionado el mapa político en España, sino que lo ha complicado aún más. Pero nos olvidamos de una realidad: el candidato socialista estaba atrapado -antes como hoy- entre la pared de gobernar y la espada del voto imprescindible de los independentistas catalanes. Eso es lo que quería cambiar y no pudo.

Las cándidas voces que piden una abstención patriótica del PP, que permita la investidura del candidato socialista, olvidan que lo importante no es llegar a la presidencia, sino gobernar después en medio de una carajera en la que todo el mundo quiere sacar su propia tajada política o presupuestaria. Las Cortes españolas se han convertido en un pandemonium en el que resulta muy difícil encontrar estabilidad y seguridad.

Por decirlo mal y pronto, nuestro país se está radicalizando. Y a poco que la situación económica empeore y la vida de la gente se vuelva un poco más difícil, el proceso irá a peor. La pobreza es el mejor abono para el populismo, que se especializa en denunciar de manera contundente los males de la sociedad prometiendo soluciones muy sencillas a problemas muy complejos. Pasó con la extrema izquierda, que tenía todos los remedios para la agotada democracia que venía de la transición, y está pasando con una extrema derecha que se ha convertido en la tercera fuerza política del Congreso de los Diputados.

La política española padece una deriva sectaria que la envenena. Tras el crepúsculo de las ideologías hemos llegado al amanecer de los territorios. Hoy vivimos la realidad de un Congreso cada vez más cantonal y en donde el auge del poder local aflora de forma incontenible. Los grandes partidos políticos han sido incapaces de adaptarse al paso de los años y agonizan en un centralismo peripatético que hace aguas por todos lados. El mapa político del Congreso tiene ya más de un centenar de representantes que responden única y exclusivamente a los intereses del territorio al que representan. El ejemplo de vascos y catalanes se ha extendido con mayor o menor fortuna por toda la geografía política del país, complicando una lectura meramente ideológica de la política española. Al PNV no le supone ningún problema, siendo un partido teóricamente conservador, apoyar un gobierno de izquierdas, siempre que se comprometa a respetar los intereses financieros de "su" gente.

La gente trabaja, paga sus impuestos y vota. Y la responsabilidad de los partidos no es embeberse en sus peleas, sino en la construcción de una vida mejor para todos. Están obcecados en hacer una vida mejor, pero solo para ellos. Y mientras, el enfrentamiento ideológico y la aluminosis territorial nos comen por las patas.

Si la bronca y la enemistad de estas Cortes sigue adelante, será un nuevo y estrepitoso fracaso de la política que agrietará la existencia del Estado. Un Estado que no defienden ya ni los mismos que juran defenderlo. El pito del sereno.