Un Román Rodríguez un punto malcriado y también estratosférico (citó de corrido a Obama, a Merkel y hasta a los japoneses) defendió ayer con apasionamiento digno sin duda de mejor causa su propuesta de Presupuestos 2020, como si no hubiera un mañana. La tesis central de todas sus intervenciones es que el suyo es el mejor Presupuesto no ya de los posibles en estos momentos, sino de toda la Historia de la Humanidad; un Presupuesto construido con florales mimbres, en un ejercicio de magia potagia que ha hecho posible aumentar el gasto de todas las partidas (menos alguna muy importante, como la de inversión en infraestructuras públicas, gibarizada sin compasión), para hacer el milagro de atender a la gente más pobre, esa gente abandonada durante décadas por Coalición Canaria, ese partido que -precisamente- lo mantuvo a él como presidente del Gobierno durante cuatro años de esas dos décadas nefandas.

Para ser un tipo que ha logrado el éxito de abandonar la oposición para siempre -"yo no voy a volver a la oposición", recordó de nuevo ayer-, Rodríguez no parecía en absoluto un hombre feliz y satisfecho de sus logros. El consejero de Hacienda estuvo especialmente asirocado, como si siguiera en ese lugar oscuro, frío y húmedo cual mazmorra, al que ha jurado no volver nunca. Sus réplicas a María Australia Navarro y Vidina Espino resultaron bastante agresivas, entrando en la descalificación personal, y provocando algunos de los momentos más ácidos y animados de una sesión plenaria en la que Rodríguez, sin embargo, estuvo más que modosito y cariñoso con su oponente nacionalista, José Miguel Barragán, del que dijo que con él "sí puedo hablar de política". Será la costumbre, porque con él y con Mario Cabrera lleva haciéndolo desde hace semanas, vaya usted a saber por qué.

Con Barragán, pues, todo fueron cursilerías y leche y miel nacionalista, pero con Australia y Espino entró dispuesto a fajarse y se llevó algún que otro inesperado sofoco: debió ser que se había dejado el abanico en casa y no ventilaba bien. La cosa fue tan guerrera que los portavoces de los partidos del Gobierno se olvidaron de las consabidas babas al proyecto presupuestario, para interpelar a los grupos de la oposición, como si ellos fueran consejeros o vicepresidentes.

Rodríguez defendió con uñas y dientes la integridad sin fisuras del mejor Presupuesto jamás realizado, como una madre habría defendido a un hijo de sus entrañas, e hizo pedagogía tirando del estilo Marta Harnecker, que el vicetodo económico debió aprender en sus tiempos en la Unión Nacionalista de Izquierdas. Con el espíritu de la marxista chilena en el cuerpo combativo de un doctor Zhivago de provincias, Rodríguez se fue creciendo hasta olvidar que de momento es sólo el segundo de a bordo. Pero lo mejor de la mañana fue cuando se refirió a Ángel Víctor Torres como "el actual presidente". La primera vez pasó desapercibido lo de actual. La segunda, el aludido enarcó levemente las cejas, sonrió y puso cara de no haberse caído aún del guindo. Tiempo queda por delante.