Ya tenemos fecha para la inauguración del parque temático de la nostalgia franquista en Mingorrubio. Este jueves, si la autoridad no lo prohíbe y el viento no impide el vuelo del helicóptero, los huesos del dictador que murió en la cama, después de cuarenta años de paz de bayoneta y pantanos, serán trasladados con deshonor a una nueva tumba.

Como Rodrigo Díaz de Vivar, cuyo cadáver cuenta la leyenda que colocaron atado con un palo a su caballo, para dar temor a los moros, los restos de Franco salen de paseo por el panorama político para resucitar las miasmas de esas dos Españas que parece que aún habitan en esta piel de toro. Pedro Sánchez quería llegar a las elecciones de noviembre aupado en la fortaleza de dos sentimientos. Expulsar al general de su enterramiento honorífico, para conseguir el aplauso de la izquierda y actuar con mano dura en Cataluña, para congraciarse con la espantada derecha.

Pero el hombre propone y el cambiante destino dispone. También pudiera ser que acabara cabreando a las derechas con una cosa e indignando a las izquierdas con la otra. La exhumación, convertida inevitablemente en un espectáculo mediático, está logrando sacar de las catacumbas una exquisita y silenciosa minoría cuyo número resulta difícil de calcular. Son los restos de aquellas miles de personas que ovacionaban los otros restos agonizantes del general de voz de soplillo cuando arengaba a las masas en la plaza de Oriente. Y, como quiera que sus huesos se transportan en medio del humo de los contenedores de una Barcelona en llamas, algunos asocian una cosa con la otra. Porque cada vez que España se descose, siempre empiezan rompiéndose las costuras de los uniformes de los milicos por los balcones de la Generalitat.

Las últimas encuestas dibujan un panorama movido. Ciudadanos se desploma, estragado por el gran error de Albert Rivera, el jugador cuyo juego consiste en no jugar. Crece la derecha verdadera de Vox, pero mucho más la blandita del PP, que pasa ya en las previsiones de los cien diputados. Y a cambio, el PSOE apenas se sostiene mientras su izquierda, atomizada, se contenta con arañar los votos suficientes como para no condenarse a la irrelevancia. Para las denominadas fuerzas progresistas, el escenario que nos lleva a las elecciones de noviembre es una tragedia griega. Para este viaje no hacían falta alforjas.

Pedro Sánchez es un resucitado político que volvió de entre los muertos para protagonizar la más sorprendente victoria que se recuerda dentro y fuera del PSOE. Le ha cogido el tranquillo a eso de las tumbas que se abren. No discuto lo que hace, sino cuándo. El numerito del traslado de la momia del dictador a Franquilandia y los contenedores incendiados en el corazón de Cataluña son demasiados espectáculos justo en la vecindad de unas elecciones. Bastantes pasiones arden ya en este país emocionalmente inestable como para estar jugando con el mechero.

Cabe la esperanza de que esta vez la losa de la tumba de Franco sea tan pesada que jamás se pueda volver a levantar.