Ramón Gómez de la Serna lo vio venir y lo escribió: "Un día, después de haber estado monologando los españoles durante una larga dictadura, los monólogos coincidieron en una votación que varió la Historia de arriba abajo". Cualquiera diría que se refería la dictadura de Franco, a los desencuentros en el diálogo de nuestros políticos, y a las elecciones del 10N. Pero no. Hablaba de la dictadura de Primo de Rivera, de la incapacidad de entendimiento de los políticos de la República y de las elecciones del 36 que cambiaron radicalmente el destino de España. Lo escribía en julio del 36 cuando lo peor aún estaba por llegar. No sería justo hacer un paralelismo entre dos elecciones, separadas por más de 80 años y unas circunstancias abismalmente distintas. Sin embargo, hay un elemento que sí es común y permanece hoy: la tendencia al monólogo. Lo hemos visto durante las eternas negociaciones para formar Gobierno. Los analistas las han calificadas de diálogo de sordos e, incluso, de diálogo de besugos. Dos tipos de diálogo que tienen en común lo que ya alertó a Ramón: el monólogo. Es decir, dos personas conversan en paralelo, sin oírse la una a la otra, como los sordos o, lo que es peor, como los necios (o besugos), incapaces de atender a lo que se les dice su aspirante a interlocutor. Gómez de la Serna se atrevió, también, a considerar esta cerrazón una característica propia del homo hispanicus. "El español que monologa hasta cuando conversa -escribió en el diario Ahora-, tiene exacerbado en estos momentos el sentido de la parlamentación solitaria y se pasea por sus habitaciones en pleno soliloquio." Yo no iría tan lejos. Pero acabamos de ver cómo mientras uno de nuestros políticos repetía el mantra de "una vicepresidencia y tres ministerios", el otro decía en voz alta "acuerdo programático". No fue un diálogo, sino un soliloquio del uno y del otro. A la ceremonia del diálogo de sordos también se sumaron monologadores de otros colores. En un aparente intento de desbloquear la conversación, contribuyeron al aquelarre de la confusión con otros monólogos, no destinados al interlocutor, sino a ellos mismos y a sus fieles. Lo importante era que el culpable fuera el otro. Por monólogos que no quede. Ramón Gómez de la Serna, hoy tan olvidado, tuvo su momento de gloria gracias a Twitter. Cuando hace diez años se popularizó la red social, muchos descubrieron que había un literato español que había escrito, hacía décadas, tuits geniales. Y que se llamaban greguerías. Pero Ramón -de esos pocos escritores a los que se conoce sólo por el nombre- aportó mucho más a nuestra historia que ingeniosos aforismos. En sus artículos, demostró ser un fino observador y analista de su tiempo, incluso un visionario de lo que sucedería ocho décadas después. Otro ejemplo más. Nuestra inminente campaña electoral coincidirá con la fiesta de Difuntos, o de Halloween si prefieren. Acordarse de la mascarada va a ser un asunto recurrente en las próximas semanas. Ya lo fue en aquellas elecciones del 36, que coincidieron con el carnaval. A Ramón, claro, no se le podía escapar coincidencia tan apetitosa. "En estos días, se agravan las comparsas, y este año, más que nunca, porque coincide la víspera de Carnaval con vísperas de elecciones -escribió en enero del 36-, y la mezcla de los dos estados premonitorios es terrible. Lo que más se debía evitar es que el estado de mascarada del pueblo caiga cerca de la época electoral. ¡Malo el revuelo de máscaras alrededor de las urnas! Baja el valor de los votos". Por si fueran pocas las coincidencias, el sábado, día 28, se celebra el Día Mundial de las personas sordas. Los políticos -y los españoles a los que representan- deberían aprovechar para concienciarse sobre el drama de las personas que padecemos esa discapacidad. Y también, de paso, sobre su propia sordera. Es sabido que no hay peor sordo que el que no quiere oír.