En vísperas de la investidura fallida de Pedro Sánchez, alguien de Podemos en Canarias -quizás su propia secretaria general, Noemí Santana- puso el acuerdo cerrado por cuatro fuerzas políticas del Archipiélago como ejemplo de buena voluntad e inteligencia dialéctica para conseguir "un Gobierno de progreso". Y no le faltaba razón. Porque Torres, Rodríguez, Santana y Curbelo hicieron lo que siempre se hace -lo que se debe hacer- para coronar exitosamente un pacto político: primero, consensuar la distribución del poder sobre una estructura gubernamental y después, solo después, esbozar algo lejanamente parecido a un programa de gobierno, esos "ocho ejes de acción" donde cabe casi todo y no se concreta casi nada. Es así como se negocia un gobierno y no discutiendo prioridades programáticas o elaborando arduamente fichas financieras. Porque alcanzado ese objetivo se establece casi automáticamente una relación de confianza -si no moral, sí operativa- que facilita todo lo demás. Por supuesto que se produjeron desacuerdos y pequeños atascos, pero fueron superados rápidamente en pocas horas sobre una premisa básica: los socios del PSOE disponían cada uno de una consejería. Simple y eficazmente.

Así despegó el nuevo Gobierno de Canarias. Hace casi dos meses que el presidente Ángel Víctor Torres tomó posesión, pero en numerosos y relevantes asuntos los aliados gubernamentales no han unificado posturas. No lo han hecho respecto a la televisión autonómica, ni sobre el establecimiento de una ecotasa, ni sobre el modelo de la renta de ciudadanía. Y a veces lo manifiestan abiertamente. Hace un par de días el vicepresidente y consejero de Hacienda, Román Rodríguez, soltó despepitadamente que no podía adelantar nada sobre la tasa turística, "porque este es un Gobierno de cuatro partidos y hay que hablarlo". ¿No habían hablado de la tasa turística en las negociaciones para formar Gobierno? Salvo alguna que otra referencia volátil, por supuesto que no. Una vez conseguido formar un equipo de gobierno respaldado por la mayoría parlamentaria el Ejecutivo debe comenzar a construir y compartir su programa, y empieza entonces la parte más delicada y que condiciona la gestión política y legislativa y, en última instancia, el éxito o el fracaso del experimento. Y tanto Torres como Rodríguez saben que el programa gubernamental real debe cerrarse en el proyecto presupuestario para 2020: la primera y verdadera prueba de fuego del cuatripartito.

Si no hay acuerdo entre el PSOE y Unidas Podemos es porque ninguna de las dos partes está dispuesta a ceder en el asunto nuclear: el poder. Pedro Sánchez quiere todo el poder en un gobierno monocolor, un gobierno inmaculadamente sanchista, y Pablo Iglesias exige una cuota parte de ese poder como garantía de supervivencia de su organización política y, también, de su propio liderazgo. Eso es todo. No existen diferencias ideológicas, ni programáticas, ni estratégicas que lo impidan, no lo obstaculizan ni las empresas del IBEX 35 ni esa turbamulta de dinamiteros que duermen en el sótano del chalet del líder podemita, a los que encerraría bajo cuatro candados con tal de pillar cacho ministerial. Particularmente Sánchez tiene un sueño: renunciar a la política. Tiene unos costes que no está dispuesto a asumir. La política -es decir, "la exacta medida de lo que es posible hacer en una circunstancia determinada", según Talleyrand- le repugna. Y para todo lo demás, Iván Redondo.