El discurso que ahora mismo está de moda, aquí abajo en la macarronesia intermedia, es la matraquilla del crecimiento sostenible. Que significa mucho más que colocar algunos molinos de viento al lado de las autopistas y placas solares en el techo para calentar el agua con la que algunos se duchan. Algo sostenible es, básicamente, duradero y eficiente. Tiene que ver con la lucha contra el cambio climático pero también con el mantenimiento de los recursos naturales que constituyen el mayor patrimonio social y económico de unas islas dedicadas al turismo.

El Certificado de Eficiencia Energética viene a ser un invento -como la ITV de los coches- para seguir exprimiendo como un limón a los ciudadanos. Otro impuesto camuflado que hay que pagar para que alguien nos certifique las condiciones de calidad de nuestra vivienda en términos de consumo de energía. Pues bien, si consideramos que Canarias es la casa común en la que vivimos dos millones trescientas mil almas y tuviéramos que sacar ese certificado, seguramente estaríamos clasificados en la última categoría. En la de la ineficiencia y la pérdida permanente de energía. Porque es un hecho que esta Comunidad no se pudo diseñar peor, a los efectos del gasto energético y el dispendio de los recursos públicos.

Canarias está muy mal construida porque pierde energía -o sea, dinero proveniente de los impuestos- por todos lados. El maldito pleito desató una pelea leonina por la distribución de las sedes institucionales de poder entre las dos grandes cocapitales. Y el resultado final fue que se hizo una administración fragmentada entre las dos islas principales, con cargos duplicados en un lado y en el otro, para contentar a los dos tigres insularistas. Un modelo costoso e ineficiente.

Las sedes, los organismos, los despachos y los puestos de poder se desdoblaron para crear una nueva y poderosa burocracia autonómica: un ejército de mandarines, con mando sobre sesenta y pico mil salarios públicos, que habitan con inimitable habilidad una intrincada selva de viajes y dietas entre las dos principales áreas metropolitanas. La administración canaria, la de los cabildos, la de los ayuntamientos y la del Estado forman el ramaje de una espesa enredadera cada vez más tupida que ha terminado por funcionar, después de innumerables reformas y a base de una forzada coordinación que no ha eliminado del todo las competencias cruzadas y la confusión que se traga miles de millones en nóminas y gasto corriente.

Ser sostenible significa utilizar con austeridad los recursos disponibles. Abaratar los costos de las administraciones para que los impuestos rindan mejores servicios. Y para que Canarias empiece a ser sostenible habría que acabar con las duplicidades, privilegios y chafalmejadas políticas hechas en el pasado y perpetuadas por las servidumbres de una política de equilibrios que está inserta en el ADN de los propios partidos políticos.

Las reformas de la partitocracia siempre crean más gasto, no menos. En el mundo público funciona el lema del amor: hoy gastamos más que ayer pero menos que mañana. Hoy tenemos más cargos públicos, más puestos, más gente colocada y más poder que ayer, pero menos que el año que viene. Y da igual que gobiernen aqueos o troyanos porque a todos les incumben las mismas obligaciones con la meritocracia militante.

Mientras el viento del turismo hinche las velas del barco, nadie se va a parar a pensar en nada; aunque sea una engañifa monumental. Porque lo cierto es que existen indicios muy inquietantes que deberían activar las alarmas: con el sector batiendo récord de visitantes seguimos teniendo casi un cuarto de millón de parados. Hemos vivido una etapa feliz, con dieciséis millones de turistas hinchando las velas de los servicios y el consumo. Pero los vientos cambian, como bien sabemos. Y en octubre nos amenaza un brexit duro que es como la nube negra de una enorme tormenta.

Si ahora que todo funciona bien hay tantas cosas que van mal, es que algo grave falla. ¿Y a qué vamos a esperar para hacer las grandes reformas? ¿A que venga la próxima crisis? Estamos instalados en el espejismo de que todo marcha perfectamente. Pero este éxito es mentira como dentro de poco aprenderemos dolorosamente.