Con cada paso anual que da la Unesco y el Patrimonio Mundial, se nos permite hacer pie entre tanto remolino líquido del maremoto tecnológico que nos aleja de cosas esenciales.

Cuántas veces las islas más ignoradas y marginadas han sido esos espacios de revelación, y reconocidas como bien natural, bien cultural, bien inmaterial o mixto. Pero quedan muchísimas islas por inscribir su patrimonio en alguna de esas modalidades.

Hace poco, la Dieta mediterránea (Bien inmaterial, 2013) fue liderada y propulsada desde la isla de Gran Canaria por el equipo de Lluís Serra Majem. Un modelo de alimentación menos procesada y más saludable, que podría reducir tanta morbilidad como gasto socio-sanitario asociado. Algunas islas como Okinawa, Icaria y Cerdeña han alimentado a personas, entre las más longevas del mundo.

Las islas como cuerpo aislado que sirve de nicho evolutivo propio, sea creando, modificando o conservando especies extinguidas en otros lugares, en las islas Galápagos, de Lord Howe (Bienes naturales, 1978-2001; 1982, respectivamente); o el bosque de Laurisilva, de hace más de 20 millones de años, en las islas de La Gomera y Madeira (Bienes naturales, 1986 y 1999), etc. También, los yacimientos paleontológicos milenarios, con el Homo floresiensis, en la isla de Flores y el Homo luzonensis, en la isla de Luzón.

Las partes de la isla como reductos de historia socioeconómica, en el caso de ciudades portuarias de las islas de Rodas, Samos, Corfú y Levuka (Bienes culturales, 1988, 1992, 2007, 2013), o como sitios de espiritualidad ancestral en las islas de Delos, de Patmos, de Okinoshima, de Gran Canaria (Bienes culturales, 1990; 1999; 2017; 2019), etc.

Ecosistemas insulares en peligro, por el aplatanamiento gubernamental ante especies invasoras, o por economías especulativas y destructivas de entornos centenarios. Y en este apartado, hay que señalar el modélico legado cultural de César Manrique Cabrera, como la obra que ha integrado armónica y sosteniblemente las técnicas constructivo-decorativas del presente en un territorio limitado y frágil, heredado del pasado.

Los archipiélagos como itinerarios entre culturas y civilizaciones, por ejemplo, Canarias, Azores y Madeira, con sus modelos urbanísticos entre Europa y América (Angra do Heroísmo, en la isla Terceira, y San Cristóbal de La Laguna, en la isla de Tenerife: Bienes culturales, 1983 y 1999), o por ser una extensión cultural ultraperiférica (Madeira-Canarias y el legado artístico de Flandes/economía del azúcar). También, el caso de la arquitectura racionalista europea (Bauhaus) en Canarias y la revista Gaceta de Arte.

Las islas como patrimonio genético, que permita estudiar tanto su genealogía social (post-clasista), para dar a conocer tanto la microhistoria local (averiguar cualquier origen es un derecho universal voluntario) como la genética familiar, para poder intervenir preventivamente, en casos de morbilidad por alta tasa de endogamia ignorada. El ejemplo de Islandia es modélico.

Que el espíritu de dos consejeros secretos de la UNESCO (el Apolo y la Afrodita, nacidos en las islas de Ortigia y Chipre) sepa contestar a la pregunta clave de futuro: ¿qué cosas se llevarían a una isla desierta, y puedan sobrevivir al Antropoceno actual, para el disfrute de la Humanidad?