La gente de mi generación salió defectuosa de fábrica. En la escuela repartían leche y sucedáneo de chocolate en los recreos y hostias en las clases. Nuestra educación consistió en memorizar el jodido catecismo; en saber colocar la mano de determinada manera para que cuando te pegaran con la regla doliera menos y en aprender a partirte la cara en el duro patio. Así salimos como salimos.

Hoy, en los colegios de Canarias, a los niños de seis a diez años se les da clases de educación emocional. Se les enseñan cuestiones tan apasionantes como relajar el cuerpo y a identificar las diversas partes del mismo. O sea, por lo que he leído en el temario, a tirarse sobre una colchoneta y a distinguir dónde está el pie izquierdo o la mano derecha. Que tiene mucho mérito no solo en cuanto a geografía física sino porque si en mi época hubieran echo lo mismo habríamos terminado roncando.

La alfabetización emocional pasa por recortar cartulinas en donde se simulan los estados de ánimo haciendo máscaras, lo cual que además viene de perlas para los futuros carnavaleros. Y a los chavales se les representan las emociones a través de los animales. Aunque esa parte me parece confusa porque asegura que la tranquilidad son los pájaros, a los que yo veo francamente desinquietos; la agresividad se simboliza con un león -que se pasa el día prácticamente sobando- y la alegría con un mono saltarín, siendo que los jodidos simios son un incordio bastante agresivo. O sea, que hay como una traslocación de las virtudes del mundo animal.

Por lo visto, los estudiantes canarios tenían la autoestima muy baja. No sé yo si como resultado de que en las evaluaciones e informes sobre conocimiento acabamos siempre en los puestos de cola. Y para remediarlo, mucho mejor y menos costoso que subir los niveles de formación es trabajar en el fomento del orgullo. Seremos los peores pero, qué coño, muy contentos de nosotros mismos.

Por lo visto es el quinto año en que Canarias trabaja la Educación Emocional y para la Creatividad. Para impartirla se ha restado tiempo lectivo de Matemáticas y Lengua. Es lo que hay. No se puede poner en un lado sin quitar de otro. Algún pesimista pensará que conseguiremos jóvenes emocionalmente muy estables que no sepan multiplicar de manera decente o que sigan hablando con la simpática y atrabiliaria sintaxis con la que los canarios asesinamos el castellano. Pero eso es solo el pesimismo generacional de los que nunca prendieron a identificar donde tienen el ombligo, a hacer respiraciones profundas o a no ciscarse en la señora madre del imbécil que no nos elegía para el equipo de fútbol en los recreos. Gente sensorialmente tarada que conoció del amor y la tristeza en el seno de su familia y a base de los pequeños golpes y felicidades que les daba la vida. Ahora las emociones se aprenden en el cole y las matemáticas, ya si eso, de mayores contando los meses del puto paro.