El nuestro es un país de extremos. La moderación tiene pocos seguidores. La aparición de un partido como Ciudadanos, que se definía a sí mismo como centrista y moderado -capaz por tanto de llegar a acuerdos con fuerzas a su izquierda y su derecha- y que defendía la 'política útil', la política que sirviera para superar el politiqueo, fue recibida por muchos votantes como una buena noticia. Sorprendentemente, en una época de creciente polarización, Ciudadanos no ha parado de crecer en cada cita electoral, es cierto que siempre muy por debajo de sus propias expectativas. Pero para hacer una política útil no sólo basta con crecer, hay que saber lo que se quiere y como conseguirlo.

Con sus decisiones sobre Vox, Barcelona o las investidura de Sánchez, Albert Rivera ha colocado a su partido ante la obviedad de que Ciudadanos ya no es un partido de centro, sino de centroderecha, un partido que apuesta por el PP como 'socio preferente', asume gobiernos apoyados por la ultraderecha, pero reniega de gobiernos apoyados por Podemos, aunque Podemos se quede fuera. Se trata de una doble vara de medir: Rivera no ha sido capaz de explicar porque lo que vale para el Gobierno de Andalucía -el apoyo de Vox- no vale para un Gobierno apoyado parlamentariamente por Podemos. A eso se suman la multitud de líneas rojas -algunas razonables, otras incomprensibles, pero todas infranqueables- con las que Ciudadanos acorrala y limita su propia capacidad de intervención política. Pedir a sus afiliados que participen en las elecciones para no entrar luego en los gobiernos municipales o regionales, cuando llega el momento de los pactos, es alentar la disidencia y el transfuguismo. No justifico el transfuguismo, todo lo contrario: digo que para evitarlo hay que dar instrucciones muy precisas a los cargos electos para que intenten incorporarse a las instituciones, en la línea que marque el partido. Y esas instrucciones tienen que basarse en lo que es posible en cada circunstancia y territorio, no en una consigna de carácter general que sólo se modifica si Rivera tiene un advenimiento. Ciudadanos impone a sus afiliados absurdas prácticas de laboratorio, que buscan resultados ideales pero inciertos y a veces imposibles. Pedir a los electos que no hagan nada cuando se negocia un pacto -abstenerse, votarse a sí mismos, evitar pronunciarse-, es colocarlos en la tesitura de que al final se sientan absolutamente inútiles y opten por hacer lo que quieran. La gente no se presenta a las elecciones para no hacer nada. La política es la elección entre opciones posibles, no un acto contemplativo de afirmación de ideas envasadas.

Ciudadano requiere de una redefinición, si quiere evitar el goteo de disidencias, abandonos, tamayazos y espantadas que se están produciendo a lo largo y ancho de toda la geografía española. Rivera debe aclarar a sus votantes a qué juega. Es legítimo elegir la derecha, instalarse con claridad en una política frentista, que es -dicho sea de paso- la que practicó Sánchez para hacerse con el poder, aunque ahora se haga el longui. Rivera puede sumarse a una nueva CEDA si eso es lo que quiere, pero hubo mucha gente votó a Ciudadanos pensando que votaba a un partido de centro capaz de hacer una política útil para el país. Y la política más útil hoy sería poner condiciones claras a un Gobierno del PSOE, limitar sus perfiles más radicales, participar en él, e impedir unas nuevas elecciones que -muy probablemente- no resolverán tampoco nada. No son los votantes quienes tienen que ponerse de acuerdo.