Hace unos días, cuando caminaba por La Laguna, tuve una de esas visiones que me atormentó. Un par de pibes, muy delgados, mirando al infinito. Sus rostros, sus ojos hundidos y su pelo olían a desgracia, y todo ocurría delante de un centro educativo en la Laguna. Seguro que viene a sus mentes: la periferia. Pero no señores, era en el centro de la ciudad. Estaban en la flor de la vida, pero se habían transformado en espectros que vagaban sin rumbo. Me lo dijo la policía, que suele ir por la zona. Llevan pequeños trozos de aluminio para quemar no sé qué basura.

Lamentablemente, la droga sigue manejándose en los institutos y machacan a chic@s sin camino. No tienen memoria y nuestros consejos les suenan a aburrimiento. Son protagonistas de vidas tan intensas que se creen inmortales, y habitan en un curioso mundo donde confunden el placer con las drogas más terribles. Que error.

Las adicciones se han transformado en noticia cotidiana. Aparecen chicos muertos en las camas de sus residencias estudiantiles en medio mundo. Aventureros de pastillas de contrabando que nunca despiertan. Todos somos susceptibles de caer en el abismo de las peores adicciones. Por culpa de la inmadurez de la juventud que busca nuevas experiencias, o el dolor de la vida que busca consuelo. Combatir el veneno de las adicciones es tan duro como un dolor que mata. Nunca se acaba.