Datada en 1425, pintada en oro y témpera sobre tabla y con unas medidas de casi dos por dos metros, La Anunciación fue el primer altar renacentista realizado en Florencia y el pionero en el uso de la perspectiva para organizar el espacio. Fue pintado para el convento de San Doménico de Fiésole, llegó a España en 1611 y, según varios historiadores, fue la primera obra de Fra Angelico -apodo de Guido di Pietro tras su muerte- que salió de Italia.

Se sabe que, a principios de la centuria, fue discípulo del fraile benedictino Lorenzo Monaco, máximo referente del estilo gótico; que, a temprana edad, tomó los hábitos en la Orden de Predicadores y que, frente a los gustos de su mentor, apostó por el nuevo orden que, inspirado en la Antigüedad Clásica, primaba en las repúblicas italianas. Por el carácter religioso de todas sus obras, sus coetáneos no valoraron en toda sus extensión y trascendencia su exquisita solvencia técnica, sus personalísimas dotes narrativas, los audaces tratamientos espaciales y su singular manejo de la luz.

Personalidad relevante en la pujante Toscana y exponente sumo del primer Renacimiento, La Anunciación del Prado figura entre sus tablas más excelsas y la docena de piezas magistrales y sin parangón de la pinacoteca madrileña. Después de una necesaria y delicada restauración, reaparece en el marco de una espléndida exposición -"Fra Angelico y los inicios del Renacimiento en Florencia", abierta hasta el mes de septiembre- que, en el marco temporal de 1420-1430, reúne ochenta y dos obras, la mitad del taller del preclaro dominico, y el resto de sus más ilustres contemporáneos desde el precoz Masaccio a su dilecto alumno Fra Filippo Lippi, que aportó sus espléndidos paisajes y la belleza suma de sus madonas; Masolino da Panicale que, pese a su breve existencia, actualizó los valores góticos, y los escultores Donatello y Lorenzo Ghiberti.

Patrocinada por los Amigos del Prado y con préstamos de cuarenta museos y colecciones privadas de Europa y América, el público español tiene ante sí un acontecimiento extraordinario y la oportunidad exclusiva de disfrutar de la mejor pintura de caballete del siglo XV cuando el pozo de sabiduría y la sensualidad mediterráneas compitieron con el magistral rigor del estilo nórdico, acuñado y exportado a toda Europa desde los Países Bajos.