En una época el Ayuntamiento de Santa Cruz, llevado de la pasión franquista por impedir que dijéramos o escribiéramos palabras que les sonaban guanches, como guagua o papa, decidió llenar la ciudad de la palabra bus para denominar las guaguas o autobuses. Todos decíamos guaguas o papas, pero, como en este periódico, escribíamos autobuses o patatas, pues el Gobierno central también había dictado normas que afectaban al lenguaje canario e incluso al acento de los locutores, que tenían que pronunciar las zetas y las eses como si los que hablaban por la radio fueran de Burgos.

En ese entonces, cuando el ayuntamiento puso en las paradas de guaguas el dichoso Bus que lo dominaba todo, el más inteligente de los comentaristas de la realidad, el gran Juan Pérez Delgado, que firmaba Nijota, hizo uno de sus extraordinarios exponentes del humor. Fue cuando escribió aquello que rezaba así: "Últimamente en Santa Cruz donde vas ves Bus".

Lo he contado mil veces, y ahora lo cuento otra vez porque no está Nijota y sirve para algo que sucede, una epidemia, que él hubiera glosado estupendamente. Y aunque yo no estoy a la altura, naturalmente, del genial Nijota, me veo en la necesidad de alertar a la población isleña de un asunto tan grave como aquel tonto Bus que dominaba la ciudad cuando aún reinaba el pesado Generalísimo.

Se trata de la epidemia que domina la Isla, la epidemia del diminutivo agrandado.

Ocurre en todas partes, en los juzgados, en los hospitales, en los restaurantes, en las guaguas, en las farmacias, en los dispensarios, y todavía no está en los periódicos porque Dios es grande. Es algo, además, que se ha adentrado en los juzgados y en las funerarias, en la conversación común y en las conversaciones serias; se usa en los hoteles de postín y en los hoteles de paso, y lo dicen los niños y los adultos, los profesores y los alumnos, y es una pesadez de un tamaño inconmensurable.

El diminutivo. Fui uno de estos días a una pizzería del centro de Santa Cruz, cerca de la plaza Weyler, que en un tiempo fue plaza militar, y allí una camarera muy educada y seria, nos ofreció una pizza enorme que nos introdujo como pizzita, unos tenis de enorme estructura me fueron ofrecidos, en una tienda de la calle del Castillo, como zapatitos, los platos o las tazas son platitos o tacitas, los manteles son mantelitos, las ropas son ropitas y todo está dicho como si, de pronto, bajara de estatura o de importancia absolutamente todo lo que te ofrecen o te indican.

Imagino que esto ya habrá llegado a las instituciones que cuidan de la lengua y el profesor Humberto Hernández, siempre tan atento, estará tomando cartas, o cartitas, en el asunto o asuntito, pues de esta manera, en diminutivo, se explican también las cosas que tienen importancia, aunque es verdad que se plantean como cositas.

El lenguaje es algo muy serio, como todos ustedes saben; pero un día va a ser lenguajito o idiomita, y debe ser tan peligroso (o peligrosito) el tema o temita que ni Word me devuelve en rojo los citados lenguajito e idiomita. Estamos rodeados. Fui a un nuevo hotel (que no hotelito, por cierto) de La Laguna y la joven camarera, tan eficiente, me ofreció un platito de ensaladilla, que lleva ya el diminutivo implícito. Pues no fue el único diminutivo que introdujo en sus sucesivas explicaciones. Hasta que le hice notar las implicaciones que tiene este rebaje sucesivo del idioma a los niveles infantiles del diminutivo. Al principio ella misma lo explicó como parte del modo de hablar que distingue a los canarios. Hasta que la conversación se hizo un poco más largo y ella tuvo la gentileza de convenir conmigo que quizá, en efecto, disminuir tanto las cosas o los asuntos podría terminar teniendo alguna, o algunita, consecuencia.

La consecuencia está ahí; ya es una plaga, como aquellas plagas de langostas que hizo exclamar una vez a Evenanceo, un vagabundo que hacía versos que luego repetía Alfonso García-Ramos: "Langosta berberisca/ eres mala y arisca". Pongan ese verso en diminutivo y tendrán una idea de cómo se habla ahora en la Isla. Atento, admirado Humberto Hernández.