Un viejo y sabio político uruguayo decía que no se debe hacer nunca en el ámbito privado lo que no se pueda defender en el público. Es un buen consejo que no ha perdido vigencia, aunque la modernidad política se lo pase por el forro de los cojines.

El presidente in péctore, Pedro Sánchez, y su intelillentsia política, decidieron no negociar el pacto de investidura hasta tanto no se celebraran las elecciones autonómicas y municipales. ¿Y qué podía ser tan vergonzante en unas negociaciones que pudiera suponer un coste electoral? Vete a saber. Cabe deducir que tendrían miedo de asomar la patita de quiénes van a ser sus aliados. "Sacar los cuernitos al sol" como dice Antonio Morales de sus adversarios empresariales en Las Palmas. Sánchez ha aceptado como inevitable que la elección de la Mesa del Parlamento escenifique un acuerdo con Pablo Iglesias y Podemos. Pero no quiere ir más allá. No va a desvelar quiénes le permitirán ser presidente ni a cambio de qué.

Hasta hace muy poco los airados líderes de la Nueva Política decían que los acuerdos entre partidos tenían que hacerse con luz y taquígrafos. Parece que la luz se ha puesto muy cara y que hemos evolucionado hasta la conveniencia de la dulce, fresca y confortable penumbra mediática. Aunque hay que aclarar que el intento de sostener el reparto del poder en la sombra es una tarea inútil. No hay nada que estimule más el delirio de los medios de comunicación que el secreto: especular sobre las cosas que están pasando y de las que no existe información. Porque donde no crece la flor de la noticia acaba brotando la mala hierba del rumor.

Naturalmente, sólo un breva suertudo como Sánchez puede creerse que en este país se puede tener paciencia. Por el camino, los independentistas catalanes le han volado la Presidencia del Senado para Miquel Iceta. El presidente se ha cabreado mucho. Tanto que, con otras palabras, les ha dicho que en esta vida el que la hace la paga. O si se quiere, que quien a hierro mata a hierro muere. Y es que aquí todo se hace a golpe de testosterona. A Oriol Junqueras le prohiben salir del talego para ir a un debate televisivo y ordena cargarse la candidatura de Iceta. Y los catalanes se la cargan. Pues bien, ya tiene un mensaje de respuesta: en la bajadita te espero, le ha dicho Sánchez.

En este ambiente tóxico y aunque no haya negociaciones con luz y taquígrafos, tampoco es que se tenga uno que quedar calvo para saber por donde van los tiros. Sentada la profunda animadversión de Albert Rivera por Sánchez y que Ciudadanos ha decidido jugar la carta de rentabilizar una feroz oposición al régimen socialista, al futuro presidente sólo le queda el incierto camino de sus leales compañeros de viaje de la izquierda verdadera. Y para conseguir la investidura hay dos opciones: o los independentistas catalanes o un trabajoso acuerdo con los minoritarios de la cámara.

Pablo Iglesias ya tomó nota de sus errores la primera vez que negoció un pacto vendiendo la piel de los ministerios podemitas antes de haberlos cazado. No los volverá a cometer. De ahí que esta vez haya caído sobre las negociaciones ese espeso manto de silencio. Porque lo que se está trajinando es ese repugnante y viscoso reparto de sillones de la casta (hay que ver la de estupideces que uno se tiene que comer con el paso del tiempo). Una vez que Sánchez cierre el precio con Podemos, tendrá que adentrarse o por la selva independentista catalana o por la jungla de la negociación con el resto de los grupos donde son fundamentales los dos votos de Coalición Canaria. Y mucho ojo, porque si el PSOE quisiera el voto de Ana Oramas para la investidura, las cosas con Canarias -todas las cosas- sufrirían un cambio drástico. Pero ese camino sólo se andará una vez se hayan cerrado las urnas del 26 de Mayo.

Ahora mismo, los votos del independentismo catalán parecen haberse esfumado. Porque el precio que piden es imposible de asumir. Las cosas pueden cambiar, porque la política española es muy volátil, pero de momento los puentes entre el soberanismo y el PSOE parecen rotos. Vamos a ver cómo el dúo dinámico Sánchez-Iglesias maneja, en la dulce y fresca penumbra, ese toro de afilados cuernos.