Seguramente que lo que se conoce, en general, sobre la labor de las religiosas de La Asunción en el barrio de La Alegría, sea poco. Sus comienzos, cuando acudían, junto a alumnas del colegio, a dar clases de alfabetización y apoyo escolar en un local donde, también, llevaban a cabo labores de formación para jóvenes y adultos; que, a partir de 1969, con la apertura de una guardería y la construcción de un centro de 4 aulas para hasta octavo de EGB, ampliaron su horario y que años más tarde, con la creación de un centro sociocultural, iniciaron una nueva etapa con sus puertas siempre abiertas a los vecinos del barrio, para ofrecer, además del apoyo escolar, diferentes talleres, encuentros y formación para adultos.

Yo conozco mucho más porque tuve la suerte, durante 15 años, de colaborar allí y me gustaría contarlo: mi primer contacto fue telefónico al leer en prensa su petición de voluntarios. Una vez informada de horarios y tareas a realizar, creí oportuno informar a mi interlocutora, que resultó ser una de las religiosas, de mi condición de atea, por si ello significara algún tipo de inconveniente, a pesar de mi comedimiento respetuoso en ideologías ajenas. Su contestación fue preguntarme en qué asignaturas podía apoyar. Cuando, entre otras, le mencioné Inglés, me cortó, entre risas, y dijo: "Pues serás atea, hija mía, pero te ha enviado Cristo porque no tenemos a nadie para esa asignatura".

Sólo eso ya me hizo entender quiénes eran: un grupo de mujeres inteligentes, con unos valores morales que van más allá de las creencias. Años de una experiencia tan valiosa que aún dudo de si yo trabajaba para La Asunción o si era La Asunción la que me aportaba una enseñanza humanística (actualmente dirige el centro un seglar de La Asunción, muy activo y valorado).

La convivencia en ese centro siempre ha sido fácil. Ellas dicen que "alegre", pero es un compendio de varias líneas de actuación, de las que no creo que sean conscientes, y que para mí constituyen el eje del buen funcionamiento del servicio. Técnicamente, no parecen prestar demasiada atención a la enseñanza en el sentido estricto académico. Y ahí es donde reside el éxito del aprendizaje. En no machacar a un niño con memorizaciones inútiles sino en el conocimiento de la materia con paciencia y apego. La hospitalidad que recibes va más allá de cualquier tipo de actividad, eso se respira en las clases de informática, música, gimnasia, Radio Ecca, talleres? Uno se siente tan a gusto que el participar activamente brota espontánea y sinceramente. Gente bondadosa en el trato y cercana con los problemas de los demás.

Siento nostalgia de la convivencia fácil que viví, del descubrimiento diario de una anécdota, de una conversación, de un proyecto? todo realizado con ilusión para así lograr que los pocos medios con los que cuentan se engrandezcan en la realización de cualquier proyecto educativo o cultural.

Cada atardecer, cuando abandonaba el centro, Felisa, una de las religiosas me acompañaba hasta la puerta para darme las gracias por el tiempo invertido ese día en la tarea encomendada. Nunca dejó de hacerlo y puede que, en su generosidad, ignorando el beneficio que yo sentía recibir y que siempre recordaré.