El PSOE ha ganado las elecciones, el PP radicalizado de Casado las ha perdido estrepitosamente, y Ciudadanos no ha logrado su objetivo de convertirse en el principal partido de la derecha, aunque ha quedado bastante más cerca de lo que le pronosticaban los sondeos. Unidas Podemos ha perdido la cuarta parte de sus diputados, y Vox se ha estrenado con fuerza, pero ha quedado muy lejos de los pronósticos apocalípticos de algunos voceros. En Cataluña, con una participación extraordinariamente elevada, se ha vuelto a confirmar la división entre fuerzas separatistas y constitucionales, esta vez con un amplio margen de más de diez puntos a favor de las fuerzas no independentistas, aunque Esquerra ha ganado por primera vez unas elecciones generales.

Una primera reflexión sobre los resultados debiera ser que el nuestro es un país con contradicciones, graves conflictos y muchos problemas abiertos, que reacciona como lo hacen la mayoría de las democracias maduras en situaciones de crisis política, apoyando opciones y soluciones moderadas. Los dos únicos partidos nacionales presentes en el escenario de 2016 que han mejorado sus resultados son dos partidos moderados, el PSOE y Ciudadanos, que en los últimos años se han dejado arrastrar por la creciente polarización. El PSOE, apoyándose para poder gobernar en Podemos y fuerzas independentistas, y Ciudadanos, adentrándose en el camino de la derechización y las líneas rojas. Anoche mismo, bajo la euforia por unos resultados que han mejorado considerablemente su peso parlamentario, Rivera volvió a insistir en liderar la oposición -una decisión voluntarista, dado que no es el partido más votado de la derecha- y en su negativa a tantear siquiera la posibilidad de un acercamiento al PSOE, con lo que -de facto- fuerza a los socialistas a un acuerdo con Unidas Podemos y Esquerra, un acuerdo sobre cuyos peligros Rivera no se cansa -y con razón- de advertir al país, pero que precipita con sus líneas rojas.

La crisis territorial es probablemente hoy el principal problema de la democracia española, un problema que la irrupción de la ultraderecha y sus soluciones milagreras puede agravar. Pero la sociedad española tiene también otros problemas igualmente importantes que atender: el desempleo actual y del futuro, fruto de la imparable automatización, la precarización laboral, la desigualdad social, el futuro de las pensiones, la necesidad de integrar a la emigración, el destino de Europa o la contribución española a frenar el calentamiento global. Son problemas que deben ser afrontados por un gobierno estable y capacitado para gobernar, no por un gobierno sometido al chantaje independentista. El mejor Gobierno sería un gobierno decididamente constitucional, y ese gobierno es posible si el PSOE y Ciudadanos se ponen de acuerdo. Por desgracia, Sánchez y Rivera carecen de la grandeza necesaria para aparcar sus diferencias o poner los intereses del país por delante de los suyos.