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Violencia machista

El testimonio de una asturiana que escapó del infierno del maltrato: “Aguanté por miedo”

Carmen, de 30 años, recibió la primera paliza embarazada a los 18: “El corazón lo tenía ensangrentado... pero hay salida”

Imagen de archivo de una protesta contra la violencia machista.

Vivió un infierno en el que la palabra paliza se queda escasa: Carmen, nombre ficticio por su seguridad, tiene 30 años y es víctima de malos tratos. La primera zurra comenzó porque al que era su pareja, gitano como ella, no le gustaba el pantalón que llevaba: “Estaba fregando, sentí algo por las piernas y era él con unas tijeras. Me quería cortar el pantalón para que no lo pusiera más. De seguido vinieron manotazos, golpes en la espalda…Ahí estaba embarazada de mi primer hijo”.

Esa fue la primera vez. Pero hubo muchas más. Muchas noches de sexo no consentido. Muchos días en los que Carmen sonreía ante sus tres hijos, todos menores, a los que siempre ha protegido como una leona, aunque le dolía el cuerpo. “El corazón lo tenía ensangrentado… Aguanté por miedo”, reconoce esta mujer, una de las aproximadamente 120 con protección en Avilés (Asturias) que encuentran en Tatiana Álvarez Navarro y Susana Suárez Ríos, ambas agentes de la Policía Nacional de la Unidad de Atención a la Familia y Mujer (UFAM), la fuerza para alejarse de esas parejas que dejan cicatrices de sufrimiento, dolor y desilusión. La cifra de víctimas se mantiene relativamente estable en los últimos años.

Carmen quiere contar su historia. Quiere trasladar un mensaje a las mujeres que están viviendo una situación similar a la suya: “Quiero decirles que no tengan miedo, que hay salida, que se no se van a arrepentir de pedir ayuda, que su vida cambiará del infierno al cielo, que con un paso adelante todo va a ir a mejor”. Carmen es gitana. Antes de la mayoría de edad se trasladó a otra ciudad española. Allí vivían el que luego fue su agresor y su familia.

“El noviazgo fue bueno, todo iba bien”, relata. Con 18 años se casó. “Y empezaron las palizas”, dice, y se emociona. “Intento olvidar; recordar aquel tiempo se hace duro”. Llora.

Entre paliza y paliza, él fue detenido. Pero no como supuesto autor de un delito de malos tratos sino por otras causas pendientes. Hasta entonces ella ocultaba las heridas: “Me ponía el pelo por la cara para que los profesores de mis hijos no vieran los moratones en el rostro, no iba al médico después de las palizas para que no dieran parte… Estaba sola, muerta de miedo. La familia de él vivía muy cerca y no hacía nada por mí”, relata.

Él recuperó la libertad. Y llegó el día. El de la paliza que le hizo chillar de dolor. Aulló pidiendo auxilio. Y los vecinos dieron cuenta a las fuerzas y cuerpos de seguridad, que se desplazaron a la vivienda.

Pero ella no puso denuncia. Sentía pánico. Hasta que, en un arranque de valentía, por ella, y sobre todo por sus hijos, decidió poner tierra de por miedo. Carmen regresó con los suyos. “La Policía de aquella ciudad contactó con la de aquí, y en casa, gracias a la fuerza que me trasmitieron los míos, ya me atrevía a dar el paso. Era el año 2019 y el Juzgado de violencia de género dictó una orden de protección”, explica.

Él supuestamente quebrantó la orden: “Me mandó audios diciéndome que me iba a matar, que qué bonito era el cementerio…”. Entonces ingresó en prisión, donde continúa.

A Carmen se le revuelven las tripas pensando en el día que su agresor salga a la calle de nuevo. “El día que lo encerraron respiré. Yo no podía asomarme a la ventana porque decía que estaba mirando a alguien, si me lavaba la cabeza había problemas, no podía tener teléfono…. Aquello no era vida, era un infierno”.

Se emociona de nuevo. Le viene a la cabeza “otra paliza”: “Estaba embarazada de mi hija pequeña y me pegó un puñetazo en mis partes… horrible”. Carmen aguantó y ocultó heridas en las piernas con varas de fibras, golpes… Dice haberse sentido violada: “Las relaciones sexuales no eran consentidas, eran para evitar otra paliza”.

Ahora tiene a sus hijos escolarizados, y tiene el respaldo de su familia. “Aunque somos gitanos nunca se pusieron en mi contra, mi madre siempre me ha respaldado y también mi tío, que es muy pacífico”. Carmen agradece a la Policía Nacional el apoyo recibido. Solo lamenta el proceso burocrático que envuelve un caso de violencia de género, la solicitud de ayudas… “Debería ser más sencillo”, subraya.

Pero con todo, Carmen no duda: “Si cuento mi historia es para que las mujeres que lean esta información den el paso y denuncien a sus agresores. Su vida va a ir del infierno al cielo”.

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