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ERUPCIÓN EN LA PALMA

Descolgar el espejo que tiembla por la erupción del volcán de La Palma

«La incertidumbre es el peor estado en el que puede vivir una persona», indica Cristina García

Un hombre observa el volcán de Cumbre Vieja. BORJA SUÁREZ (REUTERS)

La cartografía emocional en las coordenadas heridas de La Palma, desde Tendiña a Tazacorte, ya no se miden por la intensidad de los impactos, sino por su sostenimiento en el tiempo.

La segunda semana de temblores en Tendiña, antesala del Camino de Cruz Chica donde agoniza La Laguna, Rosa, de 62 años, trabajadora del hogar y madre de cinco, que hoy realoja bajo su techo, decidió «quitar la vajilla cara en maletas de viaje y el ajuar que le tengo guardado a la más chica». «Porque pa’ un vaquero siempre hay dinero», se decía entonces, con su humor habitual.

Esta sexta semana de explosiones, Rosa ya no busca una muda nueva en sus cajones, sino «en bolsos que armo y que desarmo en la puerta del cuartito» y, antes de acostarse, despeja todas las repisas para que los terremotos no le rompan más que el sueño.

Y ese quiebre no es poco: más de 40 vigilias marcadas por las sacudidas del volcán ya se asemejan mucho a caminar descalza sobre cristales. «Me levanto viéndolo. Me acuesto viéndolo. Y luego, ese ruido, cada minuto de las horas», suspira. «A veces me digo pa’ mis adentros que ya no puedo más: yo le echo mis voluntades, pero muchos días no hay pa’ qué». La madrugada de ayer, Rosa inauguró el día antes que el gallo cuando el tremor que sacudió la tierra sobre las 4.00 horas estalló contra el suelo «el tazón del agüita pa’ coger el sueño». «Me dije: baramba, antes lo cojo y antes me lo quita».

El lento desgaste de los días se asemeja a una dentellada que roe poco a poco hasta llegar al hueso

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Esa misma madrugada, en la otra punta del mapa de la tierra partida, Marta, de 37 años, llegó a su casa en el barrio de Las Rosas, en Tazacorte, sobre las 3.30 horas. El restaurante italiano donde trabaja, situado en la antigua carretera desde Los Llanos a El Paso, acogió a más de 60 comensales esa noche, entre varios mienbros del equipo del Gobierno que visitó la isla y otros profesionales científicos, vulcanólogos o turistas, por lo que la jornada de trabajo y de limpieza se estiró hasta bien entrada la noche.

Pero cuando por fin bajaba la persiana del día, el terremoto que estremeció las venas de Cumbre Vieja a las 04:00 horas reverberó en las ventanas, las puertas y los cuadros de la casa. «Estaba a punto de acostarme y, entre el susto y el agotamiento del día y de las últimas semanas, ya no me volví a dormir, porque es inevitable sentir que tu casa ya no es un lugar seguro», relata Marta.

La sacudida también despertó a su madre en el dormitorio contiguo y, para agotar el insomnio y el miedo, se dispusieron a descolgar lámparas, espejos y cuadros de todos los cuartos, «porque ya habíamos escuchado que los temblores pueden subir de magnitud en los próximos días y que podrían tirar cosas», explica.

«Si con todo lo que llevo encima –entre el trabajo, limpiar la casa de cenizas cada día, hacer la compra, la comida, etcétera–, también tengo que ponerme a limpiar cristales rotos, me da algo», manifiesta. «Y como del susto que me entró, me metí en el baño para echarme agua en la cara y me miré en el espejo que temblaba, decidí descolgarlo, y así con todo. Aunque tengamos que vivir con nuestra vida por los suelos hasta que pare», concluye.

La cartografía emocional en las coordenadas heridas de la isla de La Palma ya no se miden por la intensidad de los impactos, pérdidas y sobresaltos, sino también por su sostenimiento en el tiempo. El lento desgaste de los días y noches lastrados por el rugido y el tremor del volcán, así como por la falta de respuestas y aproximaciones sobre el final de la erupción, se asemejan a una dentellada que roe poco a poco hasta llegar al hueso.

A este respecto, Cristina García, coordinadora provincial del Grupo de Intervención Psicológica en Emergencias y Catástrofes (Gipec), conformado por 40 personas que brindan atención psicológica, de forma voluntaria, a la población afectada directa o indirectamente desde el comienzo de la erupción, invita a la ciudadanía a abrir la puerta a este recurso y solicitar «un primer apoyo psicológico de emergencia, antes de que ese estado de ansiedad vaya a más y se pueda, incluso, cronificar».

García destaca que el Gipec brinda «primeros auxilios psicológicos», no terapia

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En este sentido, García señala que las personas sometidas a la convivencia más próxima con el volcán y, sobre todo, aquellas que permanecen en la incertidumbre sobre si sus casas o negocios siguen en pie, son más propensas a sufrir «picos de ansiedad que fluctúan en el tiempo». «Nosotros estamos trabajando mucho el proceso de duelo en La Palma», explica García.

«Por supuesto, las pérdidas que han sufrido miles de palmeros suponen un golpe muy, muy duro pero, partiendo de aquí, algunos duelos son más fáciles de trabajar en tanto en cuanto estas personas ya cuentan con la comunicación de malas noticias, mientras que aquellas personas que todavía no saben si la lava puede afectar a sus casas o no, viven en una montaña rusa de emociones, de un estado de tranquilidad a otros de muchísima angustia», añade.

Y es que, según apunta García, «la incertidumbre es el peor estado en el que puede vivir una persona». «Esa incertidumbre de no saber por dónde va a salir la lava; por dónde va a coger, si tu casa o tus terrenos han sido o pueden ser devastados, impide poder empezar ese trabajo de duelo», continúa la psicóloga. «Por eso, estas personas tienen un índice de estrés mucho mayor que aquellas personas que lo han perdido todo o que ya han perdido parte de sus pertenencias o recursos».

Sin embargo, García subraya que el trabajo que lleva a cabo su equipo consiste en «primeros auxilios psicólogos, no en terapia, pero que, en estos casos, es un apoyo importante». «Como especialistas en emergencias, nosotros trabajamos la gestión emocional», explica. «La terapia vendría a posteriori con aquellas personas más afectadas que sigan sin poder gestionar bien la situación, pero que no sería la mayoría, porque hemos observado en La Palma una gran capacidad de resiliencia», afirma, toda vez que añade que «aún así, identificamos ese mito del miedo o la vergüenza a pedir esa asistencia psicológica, aunque lo necesiten en estos momentos».

«Mira que yo tengo cuentos para distraernos, pero ya estoy como opilada», cuenta Rosa

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Estrés continuado

Uno de los datos que refleja las tribulaciones de una población en el filo es que «nos comentan que siguen subiendo las ventas de ansiolíticos en la isla». A juicio de García, muchas sintomatologías cognitivas, conductuales y psicológicas derivadas de la situación del volcán se corresponden con aquellas personas ancladas en ese «limbo», donde el presente pende del mismo hilo que fluye del cono volcánico que se desgaja.

En este línea, destaca el caso de un hombre que ha perdido su única vivienda bajo la lava y que aún guarda en el bolsillo esa llave que ya no abre ninguna puerta, pero que, con el apoyo psicológico suficiente, amén de las ayudas económicas que correspondan, ya podría empezar a sentar las bases para el recomienzo.

Por otra parte, la psicóloga señala la persistencia de «conductas dañinas» en una parte afectada de la población, como «desplazarse hasta la zona más cercana en el perímetro de evacuación con unos prismáticos para observar si la lava ya ha cogido o no su casa». «La mayoría de las veces es imposible poder ver si ha llegado o no, lo que supone una ansiedad diaria y constante», advierte. «Pero es que los episodios de estrés suelen obedecer a una situación puntual, mientras que esta es una situación de estrés sostenido que es muy difícil de sobrellevar sin ayuda».

En este sentido, también señala que las personas presas en la incertidumbre temen pedir ayuda, precisamente, por no sentirse con derecho frente a quienes ya se enfrentan al vacío de la pérdida. Pero las primeras ya advierten que su vida personal y sus relaciones familiares se resienten poco a poco con la sedimentación del miedo en la rutina.

El penúltimo terremoto que estremeció ventanas, puertas y cristales

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«Pues sí, mi marido y mis hijos peleamos más que antes, porque lo pasamos todos pegados en una casa que no es la casa de ellos; siempre trancados para que no entren los gases o la arena, y la televisión con esas imágenes del diablo todo el día, que no apagamos por si acaso», admite Rosa. «Mira que yo tengo mucho cuento para distraernos, pero yo ya estoy como opilada».

Por su parte, Marta confiesa que está «completamente destrozada, esa es la verdad». «Aún no valoro la posibilidad de pedir ayuda profesional, porque, por suerte, para mi familia, el volcán aún está lejos... De momento, claro», titubea. «Pero sí nos hemos dado cuenta, en muchos casos, que poder contar el sufrimiento que esto está suponiendo para todos nosotros, y escucharnos a nosotros mismos diciéndolo en voz alta, como ahora mismo, parece que libera un poco. Es como que libera y, al mismo tiempo, desespera, porque nada mejora», expresa. Y así, en definitiva, una montaña rusa, picos sin pronóstico de final o espejos que tiemblan porque no terminan de romperse, donde la propia isla se mira sin reconocer su forma.

Un apoyo esencial y voluntario

El Grupo de Intervención Psicológica en Emergencias y Catástrofes (GIPEC) del Colegio Oficial de Psicología de Santa Cruz de Tenerife es un servicio gratuito de atención psicológica tanto en formato presencial como a distancia, conformado, en primer lugar, por un total de 40 psicólogos que, de forma voluntaria, prestan «primeros auxilios psicológicos» en cuatro puntos de la isla (Los Llanos de Aridane, El Paso, Tazacorte y Fuencaliente), y que también realiza acompañamientos de vecinos y vecinas evacuados a sus viviendas para la recogida de enseres. Además, este recurso cuenta con más de 60 psicólogos que prestan este mismo apoyo a distancia, con solo enviar un mensaje de WhatsApp al 600 756760/696 087014, así como vía telefónica en el 922 289060 o en el correo copsctenerife@cop.es. Este recurso activado por el 112 conforme al convenio firmado con el SUC para la intervención en los denominados «incidentes no rutinarios» se realiza con carácter totalmente voluntario desde el año 2016. En este sentido, Cristina García, coordinadora provincial del Gipec, espera que, a partir de la crisis volcánica en La Palma, «haya un antes y un después y que por fin se nos incluya en los planes de emergencia territoriales y municipales». «Nosotros estamos haciendo esto de forma voluntaria y, aunque no es la intervención más dura a la que nos hemos enfrentado, sí es la intervención más larga», señala. «Desde que se firmó un convenio con el SUC, debido al caso del derrumbe de los Cristianos, estamos en continua intervención, incluida la peor fase de la pandemia, donde hemos seguido demostrando nuestra importancia en las emergencias», sigue. «Y quizás ya vaya siendo hora de que se nos tenga en cuenta, de que se valore la importancia del psicólogo de emergencias y de que podamos tener una remuneración por los servicios que prestamos», concluye.

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