Nace en tierras de Iulipa, como así denominaron los romanos a Zalamea de la Serena, provincia de Badajoz, donde don Juan de Zúñiga y Pimentel, último maestre de la Orden de Alcántara, se asienta y establece a su alrededor una corte de eruditos, destacando Elio Antonio de ebrija, quien publicara su primera Gramática castellana. Actualmente reside en Paracuellos del Jarama, en Madrid, donde, en el año 1195, este lar es Priorato y Villa de Ucles, siendo su propietario el comendador don Fernando Martínez de Hita. De estos castizos pagos es nuestro protagonista que asoma hoy: Manuel García Centeno.

Brillante escritor comienza su andadura literaria a temparana edad, con dieciséis años, dando a la luz sus primeros poemas y relatos. Se considera poeta porque lo testimonian sus doce libros y cuadernos publicados de poesía. También cultiva la prosa y en la actualidad escribe y publica relatos en dos revistas editadas en su tierra extremeña: "El Heraldo de la Serena" y "Vegas Altas y la Serena". Aparte de éstas, se inmortaliza su quehacer literario en otras publicaciones del género, tales como: "Al Alba", "Aldaba", "Casa de Lata", "Clarín", "La Botica", etc. Fue colaborador en los periódicos "Mundo Obrero", "Diario Extremeño" y "uevo Lunes". Su palabra impresa ha arrivado a muchos países del Orbe y ha sido traducido al portugués e italiano. En Cuba se están impartiendo cursos de su poesía y relatos en talleres literarios. En Chile, la revista Casa de Lata, le ha dedicado un número especial. Ediciones A.B.H. de Alicante ha publicado una pequeña antología con su lírica y narraciones.

De Manuel García Centeno reseñar sus dos últimas obras: "Viento del Oeste" y "Disparates". De ambas subrayar su claridad en el lenguaje, su sentido metafórico, la descriptiva realidad de sus vivencias. Son obras de lectura amena, de denodado costumbrismo. Orfebre nato del verbo, gustoso de él, hombre culto, directo en la expresividad...

Concluyo esta modesta exposición sobre este eminente erudito que es Manuel García Centeno con su relato "Amanecer". Dice: "Cada mañana me esperaba la brisa y las olas vencidas se venían con espuma y frescura. Cada mañana el sol, en una bandeja de plata, cumplía su misión: alumbrar y dar fe de cada amanecer. Levantar y quedar entre las nubes, vergonzoso al principio. Cada mañana me preguntaba el porqué de la vida ahogada con urgencias en vahos etílicos. Y encontraba la misma respuesta: estrepitosos alaridos mecánicos, ruidos sin sentido y risas que no obedecían a la alegría. Cada mañana las olas me decían obedientes los mismos versos, recitados en la orilla. Paseaba sorteando botellas vacías, de risas vacías, de impotente dolor. Y la vida me parecía un telegrama que anunciaba la muerte en alguna esquina. Y volvía triste a la casa alquilada; al tiempo, con vencimiento fijo. Cada mañana recibía el mismo obsequio: las olas y el sol, sinceros y certeros. Un cuarterón de luz. Una almorzada de espua que escapaba entre mis dedos. La certera mirada del alba. Los jinetes de las muertes que huían motorizados. Los autos veloces y la alta música. Y las risas, siempre huían motorizados. Los autos veloces y la alta música. Y las risas, siempre las risas, y no sabía por qué. Pero yo volvía enamorado del mar, de su sincera expresión, de la frescura del aire y la luz a mi espalda que conformaba el día. Y me quedaba enormemente entristecido por el vacío de las mimaba el día. Y me quedaba eneormemente entristecido por el vacío de las miradas de los que volvían a sus casas, dando saltos como orangutanes en la selva, en esta selva urbana. Y así cada día. El mismo circo, en el mismo lugar.

* Escritor