HA SIDO el agradecimiento, sobre todo, lo que más me ayuda a sobrellevar en estos días el vacío enorme de la muerte de Adán Martín.

Un sentimiento que ha circulado y sigue circulando a cada paso en un doble sentido. Lo siento hacia Adán, más que nunca, y lo siento hacia todos los que han ayudado a la familia a ir capeando el dolor con su apoyo, con su energía y con su ánimo.

Quiero en estas líneas dar las gracias a Adán por ser lo que soy y cómo soy. Por todo lo que recibí, por lo que me enseñó a dar.

Aprendí de él a ser un poco menos miserable, menos orgullosa, menos intolerante. Aprendí de nuevo a sumar de otra manera: a coger todo lo bueno de cada uno y a pasar por alto lo que no lo es tanto. Y a ver el mundo a través de otros ojos, los suyos, con una perspectiva más elevada, más global, más profunda, mejor.

Y, sobre todo, le agradezco el haberme hecho tan feliz durante tantos años. Él supo que la propia felicidad estaba y está en los otros, fuera de uno mismo. Y aunque a algunos les resulte increíble, esa fue la aspiración que alentó su vida personal, profesional y política.

Quiero dar las gracias a todos los que se acercaron a su velatorio y a sus funerales; especialmente a los que no pude dirigir siquiera una mirada de sentimiento compartido; o a todas esas personas que ni siquiera conocíamos en la familia y que quisieron compartir unos momentos con Adán sin que mediara ningún compromiso social ni de ningún tipo.

Quiero dar las gracias a todos los que colaboraron con él en una vida tan intensa como fructífera. Sé que a él le hubiera gustado hacerlo uno por uno, si hubiera podido, porque siempre se sintió hombre de equipo, del propio y de los ajenos también, a los que no regateó esfuerzo, ni información ni apoyo. Generó con la mayoría unos lazos de amistad de los que se enorgullecía, al tiempo que lamentaba no poder cultivarla con más frecuencia; porque casi no hubo un día en que no abriera un nuevo frente en su agenda, incluso en sus últimos años.

Quiero dar las gracias a la inmensa mayoría de los muchos adversarios políticos que sostuvo durante tantos años. Personas que a veces perdieron las elecciones ante él y siguieron siendo amigos, porque nunca les hizo una mala pasada o jugó con engaños; y siempre estuvo abierto a sus razones.

Quiero dar las gracias a aquellas personas de los equipos que dirigió de las que hubo de prescindir en momentos difíciles. Aparte de los duros meses de 2006 marcados por la tragedia humanitaria de los inmigrantes africanos, nunca sufrió tanto como cuando tuvo que dejar de contar con un amigo en sus equipos, por diferentes causas. Pero si al final pudo hacerlo fue porque era tan o más duro consigo mismo.

Quiero dar las gracias a todos los que pasaron sus últimos meses cuidándolo. Le demostraron a él y, sobre todo, a sí mismos que el amor hizo aflorar una fuerza interior que desconocíamos y una solidaridad familiar nunca puesta tanto a prueba de esa manera. Y a todas las personas que le ayudaron a pasar su particular travesía en el desierto durante los últimos tres años y, especialmente, al final, cuando la enfermedad ya le acosaba.

Quiero dar las gracias al Gobierno de Canarias, a los periodistas y medios de comunicación, porque estuvieron a la altura de la despedida pública de un hombre como él.

Quiero dar las gracias al millar largo de personas y colectivos que mandaron unas flores, una nota de condolencia o un telegrama, por su hermoso gesto y porque se me hará muy difícil llegar personalmente a todos.

Quiero dar las gracias a los que tuvieron siquiera un pensamiento hacia él en estos días; porque hasta el más humilde de ellos lo dignifica y enaltece.

Y quiero dar las gracias a los que al final llamaron o se acercaron, movidos a veces por la vergüenza o el arrepentimiento; aunque sé que esta última precisión no es del estilo "Adán-Martín", pero es un sentimiento tan sincero como el resto.

Una muerte así, adelantada al tiempo de que dispone la mayoría, es radicalmente injusta para él y para los que le seguimos queriendo. Se nos hace muy difícil encontrarle el sentido, porque el enorme orgullo por su vida no puede compensar el vacío de su pérdida, que se funde con el vacío de la propia existencia. Ahora quiero pensar que el optimismo y la confianza que sostuvieron su vida se hayan quedado de alguna forma entre sus cosas y papeles para que, algún día, vuelva a habitar de nuevo entre sus más cercanos.

Y quiero pensar también que su pérdida no será nunca definitiva si entre todos conservamos su recuerdo y, sobre todo, alentamos el espíritu, la forma de convivencia, las ideas, los proyectos que dieron sentido a la vida de Adán hasta el final y que pueden pervivir en todos nosotros.

Gracias Adán, muchas gracias a todos.