La bajada de los precios tiene un doble efecto, ya que por un lado mejora el poder adquisitivo de los consumidores y la competitividad de las empresas, mientras que por otro hace más difícil la devolución de unas deudas que no pierden valor, además de ser un síntoma de una economía débil.

La deuda de las administraciones públicas españolas ha superado en el segundo trimestre el billón de euros (1.012.643 millones), un máximo histórico que la sitúa en el 98,9 % ciento del PIB y a sólo seis décimas de la previsión del Gobierno para todo el año.

Una economía en deflación entraría en un círculo vicioso en el que la demanda cae ante la expectativa de que los precios sigan bajando, las empresas ven recortados su beneficios al tener que bajar los precios y como consecuencia de ello prescinden de trabajadores, que al quedar desempleados retraen más su consumo.

No obstante, los expertos coinciden en que ni la economía española ni la europea están cerca de la deflación, menos aún después de que el Banco Central Europeo haya tomado medidas de liquidez y haya dejado los tipos de interés casi a cero para evitar ese riesgo y estimular el consumo.

Los analistas coinciden en que las bajadas de precio son ocasionales y en que el Índice de Precios de Consumo (IPC) cerrará el año en una tasa ligeramente positiva cercana a cero.

Para la analista del Instituto de Estudios Económicos Almudena Semur, la caída del 0,5 % del IPC en agosto se ha debido a la bajada de los carburantes, componente muy volátil de la inflación.

En su opinión no hay riesgo de deflación, ya que las bajas tasas de IPC responden a los ajustes que ha sufrido la economía española, y prevé una inflación del 0,4 % para el cierre de este año y del 1 % para 2015.