res preguntas tal que a vuelapluma. A ustedes estimados lectores.

¿Qué adjetivos se les pasaría por la mente, así a bote pronto, para definir cómo puede llegar a ser una de ese refrigerio o tentempié, comidas de urgencia que se nos cruzan, o nosotros con ellas, por los muy diversos motivos de viajes, contratiempos o prisas en general?

¿Realmente somos tan conformistas, tan alelados como para aceptar gato por liebre? Estafillas porque, sumadas unas tras otras, hacen acopiar verdaderas fortunillas a los transgresores de la exigible sensibilidad. ¿Se puede tolerar?

Es un asunto este, el que voy a exponer, recurrente y en el que, además de reflexionar, intento convencer a los poquitos o muchos que estén dispuestos a mostrar empeño frente a esto.

Verán. Escribo poco después de aterrizar en enerife desde Amsterdam. Viene a cuento porque acudí con una delegación Canaria al Campeonato Mundial de Bartenders organizada por la firma holandesa Heineken. Allí estaba nuestro representante en el servicio de alta calidad de la cerveza y todo lo que aconteció antes y después de la fase final pretendo describírselos en una crónica viajera en la página doble del domingo que El Día dedica a la gastronomía.

De la muy apretada -y emocionante- agenda, quedó un resquicio para dar un paseo y matar el hambre tras tantas horas de vuelo. Ya no entro en que si unas ciudades son más o menos caras, que si de todo hay en la viña del Señor; simplemente, sólo hay que reconocer que una tabla con cuatro pendejadas, mal puestas, no pueden costar 30 ó 40 euros. Es que ni aquí (en Amsterdam), ni en Pekín.

A lo que vamos. Pasamos por una zona de "tasquitas", directos a calmar la "gazuza" con un picoteo. En un puesto, observamos que había guiños a la cocina española tanto en la pizarra como en un pequeño mostrador donde todo aparecía apelotonado y con aspecto abigarrado: salsas por aquí y cosas (¿?), quizá alguna salchicha o embutidos por allá.

Está claro que uno puede darse la vuelta instantáneamente o decidir curiosear, jugársela vamos y no por dos "perras", que al fin y al cabo la falta de tiempo y el hecho del viaje mismo otorgan una laxitud de acciones que nunca son compañeras aconsejables.

Pues sí, una piña de maíz anodina con un "mojoncito" de mantequilla insípida; unas papas "aioli", tal y como aparecía en la susodicha pizarra; unas cervezas nacionales en vaso de plástico,... A rascar la cartera y... las papas, las papas,...

Servidas sobre un par de servilletas: el conjunto de inspiración ibérica desparramado, con profusión, eso sí, de "aioli" y sus cuantos palillos.

Una vez probado aquello, manifestamos la sorpresa que se intuía: desagradable de solemnidad, ya no porque el fluido que ligaba las papas se pareciese ni en algo al ali-oli, que en fin,... El bocado de la papa, de una calidad ínfima, era polo de hielo; el corazón de cada bocado, congelado, tanto o más que la salsa en cuestión,... El pan que acompañaba gomoso.

Insisto: en Amsterdam, en Pekín, en Cáceres. capital nacional de la Gastronomía, o en Icod el Alto. ¿Qué cuesta, por Dios, hacerlo un poco bien? ¿Qué están pensando los que, a pesar de proponer una cocina sencilla y de producto básico, no puedan esmerarse un poquito? ¡Y esas "aioli" tengan su puntito agradable, por mucho que nosotros, en concreto, no vayamos a pasar más por allí en la vida!

¡Bah da igual! ¡Que más da! Son unas papas. Una cerveza en vaso de plástico.

¡Qué más da no! En el polo opuesto, pasamos por otro barito cercano que sí tenía su "gesto" en unos bocaditos de arenque ahumado y una cebollitas encurtidas. Por cierto, más barato que el anterior.

Gesto, sensibilidad y sí hay que poner menos, pues menos pero calidad. Y si las papas "aioli" no salen, pues a por el arenque.

Es inevitable el tipo de situaciones que he relatado, pero creo, que ni por "novelería", podemos tolerar contribuir a que lo malo se lleve la mejor tajada. Ni aquí, ni en Pekín. Ni en Amsterdam, claro.

* Director de Mesa Abierta