El drama firmado por la fallecida Dunia Ayaso y por Félix Sabroso constituye una de las reflexiones más lucidas sobre la condición insular. El punto de partida de esta dura historia de náufragos es una casa terrera roja levantada sobre La Puntilla. Imagen de la isla, la vivienda familiar es el muelle desde el que inician su singladura cada uno de los personajes. Algunos para no regresar, como Juan, el padre de familia, que encuentra en la ventana que da al marisco su última puerta de embarque. Es Juan hombre de acento recio, castellano. Un habla que rebota frente a la lengua de su mujer, que se resiste a perder su acento francés. No encontraremos nada dulce en las palabras de la tremenda y consumida Victoria, aunque sí mucha humanidad en el viejo que conoce que su ciclo ya se ha cumplido. Los dejes y los acentos juegan su papel en este drama que Ayaso y Sabroso levantan sobre Las Canteras, el paseo de las mil lenguas. El otro escenario es Madrid. Allí encontramos a Gracia. Para los suyos Gracia es la viva imagen del éxito: hace cine, viste ropa de marca, sale por la tele, conoce a los famosos... pero su estancia en la capital comienza a convertirse en un problema. Cuando al fin domina la dicción española de las series de televisión todo comienza a desmoronarse. Sola en la gran ciudad, es incapaz de dar un paso sin llamar a su hermana Coral. Coral es la gran construcción de La isla interior. Coral es malpaís afilado. Coral es un personaje tan bien trabado que parece haber salido de las páginas de una novela de Alexis Ravelo. Su vida, y la de su amante, es un lento deambular entre la sordidez y el silencio de una sociedad que no acostumbra a lamer sus heridas. A medida que la película adquiere complejidad las sombras de Coral y Gracia avanzan unas sobre otras, señalando cómo las mismas pérdidas son tan distintas dependiendo del lugar que cada uno ocupe. El único normal de la familia parece ser Martín. A diferencia de sus dos hermanas, sacó una oposición y da clases de literatura en un instituto público. Martín representa los sueños rotos de aquella clase media que se creó en los años ochenta y que hoy ya está arreglando los papeles para la prejubilación. Al volante de su coche, Martín gestiona con celo británico los tiempos de los parkings y de las clases. Pero a Martín no le basta con esto. Él tiene inquietudes. Sueña con ser escritor... Martín es el náufrago interior. Los cajones llenos de folios vacíos. La impotencia que sólo puede remediarse regresando a la casa de la madre, a Europa. La verdad es que a este personaje sólo le falta tener una columna en algún suplemento cultural... Martín experimenta una creciente dificultad para abordar no ya una relación normal con otras personas, sino para reconocer la realidad que tiene delante. Los diálogos entre los personajes acabarán evidenciando la enorme distancia que se abre entre los cinco miembros de la familia. Sólo la cámara consigue, plano a plano, que esta nave de locos destartalada continúe su rumbo a la búsqueda de puerto seguro. El interior de la casa nos regala una sucesión de planos de color verde contra los que se recortan unos muebles que debieron gozar de vida mejor, tiempo atrás. Esas vitrinas con platos nos hablan de un instante durante el cual la familia fue completa. Y esa permanente presencia de lo fragmentario, de lo inacabado, de lo escaso y amargo, se levanta a partir de poderosos recursos de la memoria insular. Late alrededor del solar familiar toda una reflexión sobre las sombras malvas y azules de las esquinas de Oramas. Pero sus directores no han permitido que el silencio de tantas décadas fuera ocupado por historias de escritores ya enterrados. Son estas fracturas nuevas, que aún hoy huelen a sangre. Son la isla de ahora, náufraga en medio de la crisis. Estrenada en 2010, La isla interior fue un proyecto que tardó cinco años en materializarse. Cinco años mirando de cerca los miedos, ambiciones y pérdidas de una manada al pairo de la esquizofrenia, la enfermedad que acaba cubriendo la casa del color de la sangre. Entendí, tras verla hace ya algún tiempo, que La isla interior forma parte esencial de esa memoria espiritual de la isla sin la cual no podemos seguir caminando. Que a través de algunos de sus pasajes habíamos llegado a lugares que no habíamos soñado nunca. Y que con mis palabras quería, a través de Ayaso y Sabroso, brindar homenaje a todo el audiovisual canario, capaz de llenar de luz las estancias más oscuras. * Doctor en Historia del Arte. Exdirector de CAAM Invitado de la sección “El Columpio” del programa CLAC Y ACCIÓN: EL ARTE