Sólo quien haya vivido en una isla no capitalina es capaz de entender las penurias de la doble insularidad. Cualquier complicación grave de la salud supone tener que trasladarse para pruebas específicas o tratamientos hacia las islas donde están los grandes centros hospitalarios. Cuando los jóvenes tienen que cursar sus estudios universitarios deben desplazarse hacia esas mismas islas. Y cuando por fin tienen una formación, acabarán afincándose en las grandes islas, donde está el trabajo.

El círculo virtuoso del desarrollo establece que donde se radica la mayor cantidad de población se crean más infraestructuras y servicios públicos. Eso termina atrayendo más población que a su vez demanda más infraestructuras y servicios, que atraen más población... Y así indefinidamente. Las áreas metropolitanas de las dos capitales vivieron ese proceso al calor del desarrollo portuario, industrial y de los servicios administrativos. Luego, con la explosión del turismo, la emigración interior se dirigió hacia el Sur de las islas. Y luego hacia Lanzarote y Fuerteventura.

Cohesionar Canarias significa hacer posible que los ciudadanos disfruten de la misma calidad de vida allí donde residan. Y eso sólo se logra o acotando los límites de la residencia o llevando los mismos servicios y e infraestructuras a todas partes o disponiendo una conectividad extraordinaria para acceder a unos eficientes servicios centralizados. Lo peor es no hacer del todo ninguna de esas tres cosas, sino un poco de cada una de ellas. Justo como ha hecho Canarias.

Hay tres islas -La Palma, La Gomera y El Hierro- que pueden ser consideradas "pobres" en términos de desarrollo económico. Algunos, que aman (de lejos) la vida pastoril y la belleza del paisaje intocado, plantean su conservación como una especie de parque temático, incompatible con la población. La ausencia de desarrollo de estas islas es también achacable, por supuesto, a una clase gobernante acostumbrada a la papa suave de vivir a base de ayudas, en una copia corregida y aumentada del propio modelo de Canarias. Pero los tiempos cambian y hay que aprender a sacudirse las pulgas por uno mismo.

La única garantía es la independencia económica. Las islas más pobres tendrán que desarrollar estrategias de captación de recursos, por la vía del comercio y de la venta de servicios turísticos porque las ayudas van menguando. Pero quienes están más atrás en esa carrera no pueden ser abandonados ahora en la cuneta.

La izquierda canaria está manejando el sorprendente argumento, más propio de sus odiados neoliberales, de que existe una excesiva solidaridad. Que quienes tienen más y son más necesitan mucho más de un Fondo de Desarrollo creado para los que tienen menos. Durante décadas las dos grandes capitales se lo han dado todo a sí mismas (sedes, hospitales, universidades...), atrayendo como polillas a los ciudadanos de esas otras islas que hoy son condenadas por no tener suficiente población. Hemos creado las condiciones objetivas del subdesarrollo. Y la gran mayoría de una Canarias egoísta quiere perpetuarlo. Ganarán, porque son más.