Si un país no controla su territorio será su vecino quien lo haga por él. Y donde prima el principio de ni come ni deja comer, como el perro del hortelano, será muy difícil encontrar la senda del progreso o el desarrollo, al menos, para salir del marasmo sistémico en el que estamos sumidos desde hace década, por no decir desde siempre. En Canarias, históricamente, ha predominado el monocultivo como seña de identidad económica desde su conquista y colonización, con tímidos repuntes de diversificación productiva que rayan en lo testimonial y que han equivalido a guardar todos los huevos en una misma cesta, verbigracia, la cochinilla, caña de azúcar, plátanos, construcción y turismo. Este último se ha convertido en el buque insignia de la economía regional desde mediados del siglo XX, con las fluctuaciones propias de cada coyuntura, en origen y en destino, y por la diversidad de la competencia exterior, pero se ha demostrado que no es suficiente para crecer por encima del tres o cuatro por ciento del Producto Interior Bruto (PIB). A pesar sus resultados recientes, en un entorno de recesión, ha sido incapaz de generar el empleo suficiente como presumir de su potencial o como baza seria para remontar los malos datos del desempleo.

El turismo por sí solo es insuficiente para generar empleo y riqueza en el Archipiélago. La exploración de otras vías de explotación de potenciales recursos naturales en las Islas, sin menoscabo de su riqueza paisajística o medioambiental, debería, en mi modesta opinión plantearse desde el diálogo, la consulta y el consenso de toda la sociedad. En este caso, me refiero al controvertido y polémico proyecto de prospecciones petrolíferas entre Canarias y Marruecos auspiciado por el Estado y la compañía Repsol, que, por cierto, encuentra una enconada resistencia institucional, política y social encabezada por el Gobierno Autónomo y que recientemente se hizo ostensible con la presentación en Madrid de la campaña "alvar Canarias". Por su parte, es sabido que Marruecos pretende igualmente buscar petróleo en su zona de influencia que, por cierto, comprende un área de 200 millas, y que llevará a cabo, si no lo está haciendo ya. Así las cosas, es de suponer que esa campaña estará orientada a disuadir a los reinos de España y Marruecos de tales iniciativas.

Ahora que están de moda las consultas y referendos, ¿por qué no consultar a los canarios sobre las prospecciones? Algún cauce tiene que haber para conocer la opinión general de los ciudadanos y no de unos grupos de presión públicos y privados.

Es de suponer que una oposición razonada a las prospecciones llevaría aparejada una contrapartida para crecer y progresar dignamente, sin tener que vivir con resignación y frustración en el marco de una economía sustentada sólo en el sector servicios.