SÍ, YA SÉ que el título de mi columna de hoy es "un palabro" extraño que me acabo de inventar y que a modo de excusa pretende poner en evidencia una realidad de ida y vuelta. Me explico: hay países, la mayoría de ellos situados en la península Arábiga -especialmente podríamos citar el ejemplo de la región de Dubai-, donde de la nada más absoluta, de las entrañas de la pura arena del desierto, y gracias al descubrimiento de determinados recursos energéticos, tales como el petróleo y el gas, han surgido pueblos que se han convertido precipitadamente en ciudades, para seguidamente y vertiginosamente transformarse en inmensas urbes que se alzan al cielo desafiando a la propia lógica e incluso a la naturaleza, unas veces intentando dominar absurdamente el desierto y otras intentando, no con demasiado éxito, ganar terreno al mar.

Al parecer, han llegado casi al límite de conseguirlo todo, económicamente hablando: una determinada riqueza que les hace vivir sin conocer lo que es la recesión, ni mucho menos el paro, además de poder comprar todo aquello que se les pone a tiro de chequera. Pero hace tiempo que se dieron cuenta de que esos recursos que bombean de sus entrañas no son infinitos y que, por consiguiente, tienen fecha de caducidad; por lo que, inteligentemente, pensaron que tendrían que compaginar dichos ingresos con otras actividades, más o menos lucrativas, que les sirvieran para poder seguir manteniendo su especial y exclusivo tren de vida; y para ello, cómo no, pensaron en el turismo. Y a ello se dedicaron con acierto y empeño.

En Canarias podría ocurrir un poco al revés; en el sentido de que no es bueno poner todos los huevos en una misma cesta. Quiero decir que no estaría de más que nuestras autoridades políticas comenzaran de verdad a pensar en buscar otras actividades para llenar las arcas públicas además de la de sangrar a los ciudadanos, y que en cierto modo complementaran los ingresos por el bicultivo turismo y construcción. Parece lógico, pues, que teniendo en cuenta que en estos momentos en Canarias, debido seguramente a la crisis global tan manida, pero también a la incompetencia de nuestros gestores y a la irresponsabilidad manifiesta y reiterada de cuantos les apoyan en las urnas, que les ha llevado a mantenerla anclada en un peligroso inmovilismo económico que ha derivado en un paro que pasa ya el 30% de la población activa, es hora, digo yo, de poner las miras en otro lugar, intentando diversificar nuestra economía, aunque esta sea, casualmente, el petróleo.

Esto es muy simple. Tal y como están las cosas, y teniendo la responsabilidad de gobierno, no se puede uno detener ni un momento en discusiones bizantinas, que generalmente tienen mucho que ver con rencillas y celos particulares, o con perseguir determinados objetivos personales para seguir manteniéndose en el poder. El bien común debe estar por encima de los intereses individuales o de partido. Estamos hablando en este caso de una importantísima oportunidad para Canarias, ya que si es cierta la existencia de los yacimientos de hidrocarburos cerca de nuestras costas supondría para el Estado reducir en casi un 10% la dependencia energética, y para Canarias aportaría recursos adicionales que vendrían a paliar su maltrecha economía y, sobre todo, el tremendo paro existente.

No olvidemos, y esto va para los ecologistas del no a todo, que parte de dichos yacimientos ya están siendo explotados por Marruecos, lo que significa que oponerse a ello por motivos puramente ecológicos o por otros motivos como los de salvaguardar la imagen turística de las Islas es, sencillamente, absurdo e inoperativo política y económicamente hablando.

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