DICE Fernando Savater en su "Ética para Amador" que "se puede vivir de muchos modos pero hay modos que no dejan vivir"; esto, supongo yo, que solo sirve para aquellos que tienen conciencia; cuando a uno le importan tres narices lo que los demás puedan pensar de uno mismo, o no le preocupan en absoluto las consecuencias y/o las repercusiones que sus actos puedan tener en el devenir de la vida y hacienda de los demás, entonces el modo de vida que pueda llevar, y sobre todo lo que los demás puedan pensar de ese modo vida, como que le trae a uno al pairo.

Los que no tienen conciencia de ninguna clase, incluida la conciencia social, y en este apartado estamos descubriendo por desgracia que están incluidos muchos políticos que en la actualidad nos representan, o eso dicen, este tipo de personas, y siguiendo con Savater, estarían encuadradas entre las que piensan que "lo más noble es vivir para los demás, aunque lo más útil es lograr que los demás vivan para uno". Y así nos va. Es tan cierto esto último que, por desgracia, el político -no todos, pero sí una mayoría de ellos- ha interpretado mal su propio papel de servidor de la sociedad para reconvertirlo en un servirse de ella para, básicamente, enriquecerse a costa de la misma.

Pero, por desgracia, esta sociedad lanar en la que nos movemos aguanta lo que le echen, con una autodisciplina preocupante, por lo del punto masoquista que está resultando el hecho de convivir, más o menos gratamente, con la ignominia del engaño, explotación y posterior abandono a que nos vemos sometidos por una minoría de "explotadores" que dicen administrar nuestros recursos y nuestra esperanza. No solo se atreven, y los dejamos que nos engañen, sino que, además, permitimos que nos saqueen nuestros bolsillos y desbaraten nuestra confianza.

Es injusto, inmoral y confiscatorio que el actual partido en el poder, el PP de Mariano Rajoy, se atreva, faltando a su palabra y traicionando su propio compromiso con los electores, a subir los impuestos a una clase media que ya de por sí está soportando sobre sus maltrechas economías el peso despilfarrador y megalómano de una casta política que no hace otra cosa que dar palos de ciego sobre las espaldas de la parte más débil y abatida de la sociedad. No es verdad, y por consiguiente no es de recibo, que digan que los funcionarios -que no olvidemos que la mayoría de ellos son mileuristas- se pueden dar con un canto en los dientes porque se les ha congelado el sueldo, cuando la realidad es que, después de llevar años perdiendo poder adquisitivo, bajarles el sueldo un 5% y aumentarles las horas de trabajo, encima ahora les suben el IRPF, por lo que, en resumidas cuentas, se les está reduciendo aún más la liquidez de un sueldo que no cubre las necesidades básicas para hacer frente a los pagos e impuestos que las distintas administraciones y la propia tarea de vivir exigen a las personas.

Y hablo de los funcionarios por poner solo un ejemplo; pero existen otros colectivos que no tienen más remedio que seguir trabajando aun cuando ni siquiera cobran los sueldos porque los distintos entes administrativos no tienen liquidez para pagar siquiera la luz, el agua o las nóminas. Y mientras esto sucede, digan lo que digan los políticos, se están recortando derechos básicos en la sanidad, en la educación o en la asistencia a los más necesitados, incluidos los enfermos dependientes, los ancianos y los niños; pero también a las ONG que asisten a los drogodependientes, menores conflictivos o todo lo relacionado con la violencia de género.

La cuestión es sencilla: ¿dónde está el dinero de nuestros impuestos? ¿En manos de quiénes se encuentra la administración de nuestros intereses? Y sobre todo: ¿por qué la sociedad está permitiendo que unos ineptos, unos aprovechados, unos corruptos, se estén aprovechando de nuestra buena fe? Como dice Antonio Garrigues Walker, "de esta crisis tenemos que aprender al menos tres cosas: que no se puede gastar más de lo que se tiene; que todas las burbujas explotan; y que sin ética no hay sostenibilidad, por consiguiente, no hay futuro".

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