CUANDO la tercera edad llega y cumplimos el objetivo de jubilarnos, existen otras maneras de aportar nuestro granito de arena a la población activa y de ser personas útiles para la sociedad. La gran mayoría ha llegado agotada y el cansancio la obliga a estar quieta, pero una buena parte, salvo que la salud lo impida, cambia radicalmente su vida y se ve abocada a prestar servicio a sus familias cuidando de los nietos, porque la disyuntiva actual y la necesidad económica obligan a ejercer de abuelos-padres a tiempo completo. Pero hay más formas de ocupar el tiempo libre: ayudando, enseñando, cooperando...

Escuchando el otro día Radio Candelaria, mientras daba mi caminata sabatina, la locutora dialogaba precisamente de esto con un tal don Manuel, jubilado de la Policía Local. El señor, que debió ejercer un cargo de mando, hablaba con mucha clarividencia y lógica sobre el asunto. Decía algo que siempre defiendo, que hay muchos jubilados aptos para seguir en la brecha y con ganas de hacer cosas, pero que esta sociedad encuentra más práctico arrinconar a los mayores y convertirlos en seres inútiles. Planteaba, como ejemplo, la posibilidad, que ya se hace en muchos sitios, que algunas personas pudieran regular el tráfico de la salida de los colegios en horas punta o que profesionales como abogados, arquitectos, aparejadores, constructores... puedan aportar sus experiencias e ideas o asesoren sobre determinados problemas, sin recibir ningún emolumento, porque no debe tratarse de una obligación, sino de devoción al trabajo.

Son tantas las actividades en las que tendrían cabida estos individuos que me duele ver cómo personas inteligentes y vigorosas desperdician su tiempo en parques, jardines, terrazas y bares, de tertulia sin contenido, o, mejor dicho, criticando sin ton ni son, con el único fin de ver pasar las horas en espera del almuerzo. Prefieren convertirse en simples parásitos antes que colaborar con organizaciones no gubernamentales, asociaciones benéficas, culturales... y seguir realizándose como individuos.

El tiempo es oro, y perderlo en vacuidades es lo más inútil que puede hacer el ser humano, cuando las personas mayores están llenas de experiencia y son válidas para una sociedad que necesita sus cualidades humanas, sapiencia y conocimientos. Muchos se resisten y se dejan morir de aburrimiento, pero nada mejor en la vida que vivirla plenamente hasta las últimas consecuencias. Otros estarán en desacuerdo y alegarán que ya han prestado su servicio a la sociedad, que prefieren quedarse quietos observando las moscas pasar, pero con unos pocos dispuestos se arreglarían muchos problemas.

Buscaré a don Manuel en el vecindario para intercambiar opiniones e ideas, porque no se puede estar más de acuerdo, con tal de sacar a unos cuantos de la desidia y el aburrimiento en el que se han instalado.

Miremos a los mayores desde otra óptica. No somos muebles que se ruedan o transportan de un lugar a otro, somos seres humanos que merecemos respeto y consideración.