“Estoy muy quemado. Aprovecha porque me voy, dejo todo esto”... Es la tarjeta de presentación de Evaristo Hernández, reelegido días atrás presidente de la Asociación de Vecinos de Los Campitos, barrio que camina a caballo entre los distritos de Anaga y Salud-La Salle –como les ocurre a los residentes que tienen su médico en Ruiz de Padrón o alumnos llegados de Los Gladiolos o La Salle–; también viven en el límite territorial de Santa Cruz en su encuentro con La Laguna. Es el caso del parque de Las Mesas: “entras por un municipio y sales por otro”. En esta aproximación a la vida en Los Campitos de Santa Cruz, Evaristo señala a una de las viviendas que se descubre en el Lomo de Las Casillas. “Estuvo diez años sin saber a qué ayuntamiento tenía que pagar la contribución porque tenía la habitación en La Laguna y el salón en Santa Cruz... Eso ya está arreglado, ahora paga todo en La Laguna, pero ellos son de Los Campitos. Es curioso: cruzas una calle y estás en otro municipio”.

Los Campitos: 30 años de olvido

Del ayuntamiento al club de mayores. Evaristo nos recibe en el ayuntamiento de Los Campitos, el restaurante El Cazador, junto a media docena de mayores que se reparten en la terraza limitada por un muro y la proximidad de la misma carretera general. “Hicimos un gasto para poner hidrogeles, dosificadores... todo lo que nos pedían. Nos dejaron abrir dos meses después del confinamiento y ahora nos acaban de decir que tenemos que volver a cerrar porque los usuarios son de alto riesgo. Supongo que ocurre igual en el resto de asociaciones de mayores de Santa Cruz pero no entiendo para qué nos obligaron a hacer todo este gasto”. “¿Nos cierran la sociedad pero no los colegios? ¿Hay más riesgo en uno que en otro?, me parece un absurdo”, dicen.

Las canchas deportivas. En la conversación, salen a relucir también las carencias en las instalaciones deportivas. “Mira, aquí hay dos zonas: hay dos canchas en el colegio que la directora del centro no nos deja utilizar, y eso que tiene incluso entrada independiente y no le molestas a nadie. Y luego tenemos la que nos hizo el ayuntamiento. Solo te cuento lo que dijeron el propio alcalde y el entonces concejal de Servicios Públicos, Dámaso Arteaga, cuando las vinieron a ver; al acercarse ellos mismos dijeron qué basura nos había hecho la empresa aquí. Es una cancha de fútbol sala. Nos dieron cinco balones y esa misma semana acabaron reventados. Construyeron un muro de piedra viva a 75 centímetros de la linde de donde acaba el terreno de juego. Imagínate un empujón, un golpe... o te vás con la cabeza contra el muro... Un desatino. Con lo fácil que era darme uno par de metros más abajo y separar el terreno de juego del muro”, explica en el lugar Evaristo, en una visita que improvisa con su coche.

Respecto a las canchas del colegio, se lamenta: “Qué les costaría dejárnoslas de cinco a nueve de la noche”, pero la directora parece que no está por la labor, admite.

Los Campitos: 30 años de olvido

¿Dónde va la juventud?.El presidente de la asociación de vecinos Los Campitos se lamenta: “La juventud no tiene dónde ir porque no hay ni unas canchas de baloncesto. “Tuvimos el campo de fútbol cedido a la asociación de vecinos. El ayuntamiento puso la luz, nosotros mismos con bloques que nos regaló Maher lo acondicionamos, se hizo hasta una caseta... hasta que un día en una asamblea una vecina nos advirtió que eso era una propiedad privada porque alguien lo había escriturado, debe ser con un expediente de dominio, ¡qué se yo!”, se desquita Evaristo. “Una caso sí tengo claro: el ayuntamiento no iba a hacer gastos en un suelo si no es de su propiedad. Entonces, si era suelo público, ¿cómo paso a privado?”. Y regala otra anécdota: “Cuando el Tenerife jugó la UEFA, ahí vino a entrenar el Auxerre francés”.

Los Campitos: 30 años de olvido

Organizar fiestas, misión imposible. “¡Hable, hablen usted también!”, conmina Evaristo a los vecinos presentes en la conversación. “Aquí organizar las fiestas es un jaleo, y eso que Los Campitos es donde se celebra la única romería de Santa Cruz, en honor de la Virgen del Carmen –en julio–, porque lo de Tíncer es un paseo romero”. Evaristo explica que como la romería pasa por la carretera general, de titularidad insular, tienen que pedir permiso a la Concejalía de Fiestas y también al Cabildo, “porque encima estamos al límite del Parque Rural de Anaga; por eso los fuego los echamos del campo de lucha”. “Y digo yo –se pregunta Evaristo–: ¿Por qué la carretera desde Cuevas Rojas al Parque de Las Mesas no pasa a ser de titularidad municipal?”. La razón que les ha aportado el Cabildo es porque une dos localidades, Santa Cruz y La Laguna. De nuevo saca la fusta el dirigente vecinal. “Entonces, ¿por qué si la vía es insular y tiene que venir a vigilar la Guardia Civil mandan a la Policía Local?”. La respuesta que le han dado: Hay un acuerdo entre los dos cuerpos de seguridad. Lo cierto es que para Evaristo es un galimatías pedir los permisos de la fiesta en varias administraciones públicas.

Los Campitos: 30 años de olvido

Actividad deportiva y de mayores. Los vecinos presenten en el ayuntamiento del restaurante El Cazador recuerdan la importancia que tiene la actividad deportiva en el barrio y, sin embargo, las numerosas cortapisas que soportan: “Aquí hay un equipo de billar federado, otro de nochas, de dominó, de juego del palo y dos rondallas”. “A parte la actividad que desarrollaba Ansina y que se la cargaron toda desde el Cabildo; había once hombre y quince mujeres que participan en ese programa”. “Luego vas a pedir algo y te dicen: vete a hablar con tu amigo, porque como yo reconozco que Ruymán (director de distrito en la época del PSOE en la Alcaldía) intentó echarnos una mano... Pero no soy político, soy de Los Campitos”.

Víveres Kiko, parada con andén en la carretera insular. El tema de las carreteras trae de cabeza a los vecinos de Los Campitos. “Este es un barrio que tiene seis calles, y solo hay una con entrada y salida, la de Antonio Ramos –que recuerda al vigilante del colegio, concejal y mano derecha del exalcalde Manuel Hermoso–. Y encima ninguna conecta con esa vía”. Esta situación obliga a la venta de toda la vida, Víveres Kiko –que hasta tiene una administración de lotería– a descargar el camión de los proveedores en la carretera insular y pasar la mercancía a un coche para llevarlo hasta el negocio que está en la calle José Arado y Canal, porque el furgón no pasa por esa calle”.

“¡Súbete al coche!”. Evaristo enfila la carretera, entra por la calle de Antonio Ramos rumbo a casa Kiko. En la misma entrada de la calle José Arado y Canal, una casa que espera desde hace más de quince o veinte años su demolición. “Afortunadamente, cuando denunciamos el riesgo de que se caiga, porque el muro está cediendo, el concejal de Urbanismo Carlos Tarife mandó a poner una malla, pero el vecino de la casa de abajo vive en una fatiga pensando que cualquier día se le viene encima”. Entramos en el coche de Evaristo hasta la misma puerta del establecimiento, donde Kiko atiende a sus vecinos y clientes. “Esto era de mi padre primero, Pancho, que estuvo al frente hasta que se jubiló después de 35 años de trabajo, y luego lo cogí yo, y ya llevo aquí tres décadas”. “Esta es una calle sin salida, y gracias a unos solares que hay ahí que puedes dar la vuelta”, donde estuvo la grúa que quedó en el olvido cuando se paró la obra de la construcción de la esquina que amenaza al vecino y que está a la espera de demolición porque están buscando al dueño, según Evaristo.

Antes de abandonar la calle, Domingo Gil, pareja del propietario del solar, se acerca y pregunta por qué no ponen aceras y delimitan el solar con unos muros. El dirigente vecinal media; “no son ingenieros del ayuntamientos, estos vienen para sacarlo en el periódico; nos van a ayudar...”. “Bueno, pues que ponga que queremos que empichen la calle y que hagan una acera en la zona”.

De regreso al ayuntamiento del restaurante El Cazador, pasamos por la trasera de las dos canchas del colegio Susana Villavicencio: “La primera vez que vino la orquesta Billo’s Caracas Boys tocó en Santa Cruz y luego actuaron aquí; la señora de enfrente nos dejó un garaje y montamos la taquilla ahí”, se ríe Evaristo. “Antono Ramos –”El Cate”, sobrenombre que le dieron porque decía con humor que nos iba a dar un cate– estaba con Hermoso y consiguió traer la orquesta al barrio”. “Desde Hermoso, aquí no han hecho nada por Los Campitos”, sentencia.

–que carga y descarga en otra calle porque no llega a su comercio– algunas carencias, más casas sin presión de agua.

–Asti, como lo conocen todos–

guardias muertos colocados con demasiada antelación en la carretera”

A sus 57 años, Evaristo

lleva diez peleando desde la asociación de vecinos por su barrio natal. Se lamenta del olvido al que ha sido sometido esta enclave: “Este barrio, que está llevo de depósitos de agua por todos sitios y que somos los que proveemos a Santa Cruz y, sin embargo, lo mal que nos tratan a nosotros”. Pone varios ejemplos: “Desde los dos años que tardaron en poner dos marquesinas marquesinas para la guagua... Ahora estamos pidiendo otra, delante del colegio , y ya sabemos que el Cabildo cuánto va a tardar. Enfrente hicieron una acera... que no para qué porque las guaguas tienen echar para detrás para salir de ahí. Y construyeron una rotonda que una vecina riega con baldes de agua, porque se olvidaron de poner el riego...”. “Y así están todas las jardineras del barrio que atendemos con garrafas de agua porque se olvidaron de poner un punto de luz”. “La guagua pasa junto a la iglesia y cada vez que sube salimos ahumados. Pedimos que Titsa hagan el mismo recorrido que cuando baja del colegio: Waite bajo e Ifara; y de regreso, Ifara, Waite bajo y colegio sin pasar por la iglesia”, “sin obviar los