El Imperial, la Orche o el Benidorm: una vida tras la barra que ha pasado del blanco y negro al color

Manolo, Orlando y Antonio se consideran herederos de una forma de entender la vida y el trabajo, y ahí siguen, regentando bares nacidos el siglo pasado

La vida tras una barra, del blanco y negro al color

La vida tras una barra, del blanco y negro al color / ED

Sergio Lojendio

Sergio Lojendio

Como dice la canción de Gabinete Caligari: «Bares, qué lugares, tan gratos para conversar…», también para divertirse o discutir entre cañas, tapas o cafés, espacios que durante muchas décadas se convirtieron en verdaderos centros de socialización y antídotos contra esa enfermedad llamada soledad –auténticos quitapenas–, acaso los únicos puntos de encuentro para una sociedad insular encerrada en sí misma, prácticamente autárquica, que en la década de los sesenta comenzaba a asomarse al mundo al ritmo del incipiente fenómeno del turismo de masas.

Manolo García, propietario del Bar Imperial, y Orlando Morales, de la cafetería Orche, ambos en Santa Cruz de Tenerife, además de Antonio Morales, al frente del Bar Benidorm, en la ciudad de La Laguna, se consideran herederos de una forma de entender la vida y también el trabajo, quizás hasta una especie en peligro de extinción. Todos ellos continúan a día de hoy regentando unos negocios que nacieron en el siglo pasado. Y así han crecido, tanto personal como profesionalmente, tras la barra de un bar, unos privilegiados miradores desde donde han pulsado la evolución material, de la madera o el granito hasta el moderno aluminio; también los vaivenes económicos, navegando entre las crisis y los tiempos de bonanza; modulando la señal de televisión en blanco y negro por la de color, y además con un rosario de canales; asistiendo al histórico cambio de moneda, pasando de la peseta al euro; adaptándose a la transformación de lo analógico al mundo digital, del contado al pago con tarjeta; padeciendo la pandemia del coronavirus y sus derivadas...

Con el paso de los años, y a la vista de un horizonte incierto, coinciden en sus reflexiones sobre el futuro que aguarda a los bares tradicionales, a las populares cafeterías, y lo hacen con un tono cargado de incertidumbre.

De partida, entienden que el actual modelo de negocio «está envejeciendo y, siendo sinceros, tiende a desaparecer progresivamente», señala Manolo García, en igual medida que también lo hace su clientela de siempre, sustituido por otras fórmulas más atractivas, como el caso de los gastrobares, que ofrecen una carta de servicios más amplia «en la búsqueda de ingresos extra», explica. En estos espacios es donde «los jóvenes se sienten más a gusto, más cómodos», subraya Orlando Morales, refiriéndose a valores como la adscripción a un mismo grupo social, a nuevas pautas en cuanto al consumo, la cobertura de wifi, la promoción y la proyección a través de las redes sociales...

Uno de los aspectos que más censuran está ligado con lo que consideran la excesiva presión fiscal a la que se ven sometidos por las administraciones, circunstancia que se traduce en «un escaso margen comercial», se lamenta Manolo García, con el factor añadido de la carestía de la cesta de la compra y la respuesta negativa del cliente cuando aplican un aumento en los precios del servicio. Con este argumento también coincide Antonio Morales cuando se refiere a los «escasos beneficios» que reporta un trabajo que además califica de «muy sacrificado».

En su relación de adversidades también está presente lo que se viene en llamar ausencia de relevo generacional. Todos ellos lo traducen desde la misma perspectiva: para los jóvenes no resulta atractivo un trabajo físicamente exigente y socialmente poco reconocido, y además con horarios complejos. En cuanto al capítulo de los salarios estiman que las retribuciones son las justas.

Y ligado a los dos planteamientos anteriores, estos empresarios echan la falta la dificultad que encuentran a la hora de contratar profesionales: «En el sector hay pocos trabajadores», afirma Manolo García, mientras Orlando y Antonio Morales ratifican que cuesta «encontrar buen personal».

La vida de estos tres bares se inscribe en la propia historia de las ciudades donde habitan.

El Imperial es un clásico ente los clásicos, un mito de la capital tinerfeña que subió la persiana en 1952, ubicado en los bajos del edificio de estilo neocanario diseñado por el arquitecto Marrero Regalado –esquina a la Plaza de La Paz, un lado a la Rambla de Pulido y el otro a la Avenida de las Asuncionistas– donde dos años después abrió el Cine Víctor. En 1961, Manuel García padre y otro socio adquieren el local y a mediados de los setenta se rompe la sociedad.

Cuentan del Bar Imperial que fue el lugar donde se inventó el barraquito, esa singular forma de elaborar el cortado, que tomó su nombre de un personaje apodado El Barraco, asiduo del local. Allí se vendían las entradas para las agarradas de lucha canaria que se celebraban en la Plaza de Toros, era parada obligada para los aficionados antes y después de los encuentros de fútbol del CD Tenerife y se han convertido en célebres sus tertulias futboleras.

Manolo hijo regenta hoy este local, que luce un Solete de la Guía Repsol, calificado así por un «tipo de restauración insustituible, de barra, con bocadillos legendarios (como el de pollo) y café (barraquito)... Ambientazo de bar».

Y así seguirá siendo.

Orlando es un venezolano retornado, de origen herreño, que en 1997 tomó las riendas de la popular Cafetería Orche, en la calle Robayna. Este negocio –que crearon el empresario y alcalde de la capital, Leoncio Oramas, y su socio llamado Chema, de ahí su nombre– representó desde los sesenta del pasado siglo un punto de ambiente donde alternaba la burguesía santacrucera. Orlando ha mantenido este espíritu de cafetería haciendo de los desayunos su fuerte y además recuperando el lugar como uno de los centros neurálgicos del Carnaval.

Antonio regenta el Benidorm, en la Plaza Doctor Olivera de La Laguna, que abrió en 1957 un hombre natural de Las Mercedes al volver de Venezuela. Su padre lo compró en 1980 y desde entonces destaca por sus bocadillos, su excelente jamón y su buen café.

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