La mancha de las microalgas

El aumento en la temperatura del mar propicia la aparición de grandes extensiones de cianobacterias en Canarias, como la Trychodesmium que ya se ha convertido en visitante habitual de las costas isleñas

Microalgas en la costa de Arico.

Microalgas en la costa de Arico. / El Día

Verónica Pavés

Verónica Pavés

Temperaturas altas, mar en calma y un fisco de calima. Un verano más se han dado los ingredientes para que las cianobacterias más famosas de Canarias, del género Trychodesmium erytharaeum, emerjan hacia la superficie en un afán por aprovechar estas beneficiosas condiciones para crecer y reproducirse. Una gran mancha se extiende por la costa y los bañistas contemplan con estupefacción una bandera roja que indica la imposibilidad de refrescarse en el agua. La estampa se repite en diversas playas del Archipiélago. Con indignación e impotencia maldicen la mancha pero se olvidan de todo lo que le debemos, empezando por nuestra propia existencia.

Aunque popularmente son más conocidas como microalgas, en realidad, las grandes manchas de color rojizo que se posan sobre el mar son generadas por bacterias. En palabras del doctor en ciencias del mar y director del Observatorio Canario de Algas Nocivas, Emilio Soler, se trata, en concreto, de «organismos unicelulares sin núcleo diferenciado –procariotas– capaces de realizar la fotosíntesis». Según los registros fósiles son unos de los primeros organismos que podían aprovechar la luz del Sol y el dióxido de carbono para crear oxígeno. Una tarea vital para el planeta que pueden hacer gracias a que en su organismo contienen ciertos pigmentos fotosintéticos, como la clorofila.

Quizás su capacidad para convertir el dióxido de carbono en oxígeno como lo harían las plantas es lo que provoca que a menudo sean confundidas con estas últimas y que hayan recibido durante años el erróneo nombre de «microalgas». «Aunque las algas también hacen la fotosíntesis, sus células son eucariotas –constan de un núcleo diferenciado–, por lo que no tienen nada que ver», añade, por su parte, Beatriz Fernández, investigadora del Instituto de Oceanografía y Cambio Global de la Universidad de Las Palmas de Gran Canaria (ULPGC).

Estas cianobacterias forman parte de la vecindad oceánica de Canarias. Durante el año se ocultan en la columna de agua y en verano, –y en especial cuando las temperaturas del mar están muy altas, como es el caso actual–, emergen hacia la superficie para llevar a cabo su propósito vital: reproducirse y multiplicarse. De hecho, los crecimientos masivos, o blooms’, que se han advertido en las costas de Canarias forman parte de un «fenómeno natural descrito ya desde la antigüedad», como explica Soler.

En otros lugares del mundo, especialmente aquellos ubicados en ambientes tropicales, «es común encontrar grandes manchas llegan a extenderse en miles de kilómetros cuadrados», afirma Rodríguez. Nueva Zelanda, Australia o Florida son ejemplos de ello. En Canarias las aguas no son ricas en nutrientes –son oligotróficas–así que se deben dar unas circunstancias concretas para que ocurra. «La concentración de microalgas aumenta hasta un alto nivel cuando encuentran la disponibilidad de nutrientes necesarios para ello», asevera Soler, que explica que entre estos nutrientes se encuentran el nitrógeno, el fósforo o el hierro. Este último llega al océano con las oleadas de calima que afectan a las islas.

El reinado de las bacterias

Una vez suben la superficie tardan poco en aprovechar los rayos de sol, el calorcillo del océano y el dióxido de carbono atmosférico para realizar la fotosíntesis y reproducirse. Como no es una sola cianobacteria, sino cientos de ellas las que aprovechan la favorable contingencia para salir a la superficie, una vez ahí tienden a unirse hasta formar largas manchas (visibles incluso desde satélite) gracias a la unión de sus filamentos.

Una vez juntas son casi indestructibles. «Al desarrollarse de forma masiva y tener una abundancia tal que sus predadores son incapaces de consumirlos e incorporarlos a la cadena trófica en su totalidad», recalca el investigador. Y en dichas condiciones, las únicas que pueden poner freno a su crecimiento exacerbado son ellas mismas.

Pero como cualquier reinado, el de las microalgas también tiende a acabar. Cuando flotan en la superficie, llega un momento en el que el Sol se vuelve en su contra y la insolación resulta insoportable. Las cianobacterias comienzan entonces la apoptosis, o muerte celular. Un proceso natural que nuestras células realizan continuamente para regenerarse pero que, en el caso de organismos que tan solo cuentan con una célula como las Trychodesmium, es mortal. «Sufren estrés oxidativo y se suicidan», revela Fernández.

Como consecuencia de esa espiral de muerte, las microalgas liberan espumas y un fétido olor a amoniaco. Es entonces cuando su presencia se puede volver perjudicial. «No son peligrosas pero son consideradas potencialmente nocivas», insiste Soler. Además de dióxido de carbono, Trychodesmium erythraeum es capaz de fijar nitrógeno y acumular compuestos nitrogenados como el amonio. «Al morir, sus células liberan estos compuestos al medio que, en altas concentraciones –como cuando se juntan en un bloom– y tras una exposición prolongada pueden producir en algunas personas urticaria e inflamación de mucosas, y en la zona de la boca y los ojos», detalla Soler.

También puede provocar mal olor y un aspecto desagradable en las zonas de baño. «Es por ello por lo que se suele recomendar no bañarse o practicar deportes náuticos cerca o encima de esas manchas», revela el investigador.

Pero no todo es negativo. «También tienen efectos positivos y un importante papel ecológico», explica la investigadora del IOCAG. Beatriz Fernández que estudia el impacto medioambiental que tienen estas especies en el resto del ecosistema. «Al ser fijadoras de nitrógeno e incoporarlo a su organismo, pueden liberarlo de forma orgánica, creando nitrato y amonio que sirven como nutriente para el fitoplancton», insiste. Por tanto, en última instancia, la aparición de las Trychodesmium está relacionada con el crecimiento de los organismos que se encuentren bajo estas manchas. Además, a su vez, «el fitoplancton es capaz de absorber el CO2 atmosférico, con lo que también juega un importante papel en lo que se refiere al secuestro de carbono y la lucha contra el cambio climático», revela.

Paseando a miss Trychodesmium

Todos los años, por esta época –y en especial en septiembre y octubre que es cuando las aguas están más cálidas– suelen surgir blooms de trychodesmium en distintos lugares de las Islas. Normalmente, si encuentran las condiciones adecuadas, «se desarrollan de forma masiva en mar abierto», como explica Soler. Lugar en el que ni siquiera son advertidos por la población. Sin embargo, en ocasiones puntuales, el viento, el oleaje y las corrientes las desplazan hasta la costa, donde se acumulan en bahías o en zonas de calma.

En Canarias son varios los proyectos dedicados a realizar un seguimiento de sus apariciones, algunos liderados por el Gobierno de Canarias y otros por miembros del ámbito científico que llevan a cabo distintos proyectos desde las universidades canarias. «Estas manchas se forman y son avistadas todos los años, aunque hay algunos que han sido críticos por la cantidad de manchas, su tamaño y distribución, así como persistencia en nuestras costas», resalta Soler. Hasta ahora, han sido cuatros años en los que los canarios han tenido que convivir con la presencia de cianobacterias en las costas: 2005, 2011, 2017 y este año 2023.

A principios de este mes de agosto su presencia ha obligado a algunas playas a ondear la bandera roja para impedir el baño. Las microalgas han aparecido en la playa de Las Canteras y Puerto Rico (Gran Canaria) y en las costas de Arona, Arico y Granadilla de Abona (Tenerife). Algunas personas también afirman haber visto este tipo de manchas en La Gomera, La Palma y en las islas orientales, aunque estos avistamientos están sin confirmar.

En 2017, la llegada de estas cianobacterias causó un gran revuelo entre la población canaria. El desconocimiento sobre un fenómeno que no se había vivido nunca con tanta intensidad y la advertencia de las autoridades sanitarias sobre los posibles problemas de salud que podría acarrear bañarse en aguas en las que estuvieran presentes, propiciaron una tormenta perfecta. La población concluyó que aquellas manchas que no les dejaban bañarse formaban parte de un plan orquestado por el Gobiernopara no reconocer la contaminación de las playas. Argumentando una relación con los vertidos de aguas fecales al mar –que posteriores investigaciones han negado categóricamente–, la población salió a las calles exigiendo soluciones a las invasiones de microalgas.

Los científicos siguieron analizando las muestras y lo que obtuvieron no discrepó de lo que ya habían visto anteriormente: no tenían ninguna relación con vertidos. El Gobierno de Canarias, a través de la Consejería de Transición Energética y Reto Demográfico, viendo el revuelo formado en 2017 puso ese mismo año en marcha algunas fórmulas para tratar de mitigar el impacto que su presencia ocasiona en los bañistas y en el turismo. Canarias cuenta desde entonces con dos barcos para ayudar a la recogida de microalgas, aunque el resto del año también se dedican a la limpieza de hidrocarburos y otros residuos que se encuentran en el mar, tal y como revela Tamía Brito, responsable de Tragsatec en Canarias.

«Las microalgas son naturales pero causan una serie de inconvenientes, debido a su potencial nocividad, a su aspecto y olor», explica Brito. Los dos barcos multiplataforma, utilizados también para dar un soporte a los investigadores que lo deseen, tienen sus plataformas en Puerto Colón (Tenerife) y Puerto Rico (Mogán). «Lo que hacemos con las grandes manchas es pasar a una velocidad baja y recoger el agua, que se bombea a una cubeta en cubierta y se separa de las microalgas por decantación», explica Brito. De esta manera, el agua limpia regresa al mar y los restos de la mancha se quedan dentro del barco. «Lo sobrante se trata en sistema de reciclaje apto para este tipo de residuos», destaca.

Las otras microalgas

Si bien estas cianobacterias son casi inofensivas, naturales y endémicas de Canarias, no ocurre lo mismo con otras. Canarias está considerado un punto caliente de biodiversidad en lo que se refiere a las microalgas. Hasta el momento se han identificado 929 especies de microalgas y cianobacterias en las Islas, de las que al menos 48 son capaces de crecer de forma masiva y el 82% de ellas cerca de la costa. Pero no todas son inocuas. Algunas pueden producir daños en el medioembiente o en la salud pública, el ocio, el turismo, la acuicultura o la pesca.

Los investigadores del Observatorio Canario de Algas Nocivos vigilan a varias especies de cerca, como las del género Gambierdiscus –relacionada con la ciguatoxina–, las Ostreopsis, las Lyngya, las Prorocentrum o las Pseudonitzschia. “Todos ellos están siendo controlados y monitorizados en una red de 91 puntos del archipiélago canario”, revela.

El problema de las grandes manchas o blooms de algas y cianobacterias no son tanto los que ocurren con especies endémicas, sino aquellas que suceden con especies invasoras «y proliferan hasta el punto de transformar el funcionamiento de los mismos compitiendo y desplazando a las especies nativas», como incide Soler.

Sin ir más lejos, el año pasado, los investigadores del Instituto Universitario de Investigación en Acuicultura Sostenible y Ecosistemas Marinos (IU-ECOAQUA) de la ULPGC advirtieron de la presencia en Canarias de la Rugolopterix okamurae. Una especie de alga invasora que ha causado estragos en las actividades turísticas y pesqueras de las provincias de Málaga, Cádiz y en la ciudad autónoma de Ceuta, donde se han tenido que retirar hasta 10.000 toneladas.

Esta alga parda de origen japonés tiene ya presencia de poblaciones «muy extensas y bien establecidas» en distintos tramos costeros de Gran Canaria, pero año pasado fue observada también en «acumulaciones masivas» tanto a pie de orilla como flotando sobre las aguas en la zona de la Playa de La Puntilla y el Muelle Pesquero de San Cristóbal.

No obstante, Soler recalca que no todas las especies son tóxicas para el ser humano. De hecho, la toxicidad de estas algas está reducida a un grupo pequeño. «De las 5.000 especies de microalgas marinas descritas hasta el momento a nivel mundial, tan solo 90 de ellas producen toxinas que pueden afectar al ser humano y al ambiente». Y sin embargo, estas especies se pueden aprovechar y pueden llegar a resultar muy útiles. Con ellas se puede producir suplementos nutricionales, puede servir como alimento para peces en acuicultura, obtener biocombustibles, tratar aguas residuales, obtener compuestos para medicamentos, cosmética y farmacia o, incluso como fertilizantes.

Suscríbete para seguir leyendo