El mantenimiento de las piscinas implica el uso de productos químicos, cuyo control en cantidad y calidad está garantizado por el personal competente. No obstante, las de uso doméstico pueden escapar al control meticuloso de sus aguas. El contacto de estas aguas tratadas con nuestra cavidad bucal puede provocar alteraciones no deseadas, estando aumentadas por las altas temperaturas que llegan a tener. Entre esos desajustes, mencionamos el cambio del PH y la destrucción de la flora normal. El mecanismo de acción radica en la propiedad de los componentes químicos presentes en esas aguas, para descomponer las proteínas de la saliva. De esta manera, las bacterias pueden adherirse fácilmente a la superficie dental dando lugar a la placa bacteriana, y así seguir el curso de mineralización hasta formar el sarro. Entre los profesionales que estudian este tema se maneja el término "sarro del nadador".

Si nuestro contacto con las aguas de las piscinas no es exagerado, es muy difícil tener estos problemas, pero un correcto cepillado cuando llegamos a descansar, después de la piscina, es ideal.

Si la piscina es de agua salada, el efecto no parece dañino. Estas piscinas suelen estar libres de contaminación de gasoil y basuras. Y su contenido en sal ayuda a la cicatrización de lesiones en mucosa. Se han encontrado papiros egipcios de 1600 años a.c., con recetas que incluyen un alto contenido en sal, para curar heridas en la boca.

Y es que la sal aumenta el PH, llevándolo a valores básicos o alcalinos donde las bacterias no pueden sobrevivir. De ahí, ese efecto de las sales en boca.

No obstante, a la piscina no debemos ir a realizar enjuagues, tenga el agua, el contenido que tenga. Reflexionemos que todos podemos hacer lo mismo, y esa agua utilizada, vuelve a la piscina, tardando en desaparecer. Si varios bañistas lo hacen, pues el agua no solo contiene los químicos de su tratamiento. Así que; boca cerrada.

En ese rato de descanso y disfrute, nos acompaña otro invitado que aporta. Si lo controlamos, aporta. Sobre el sol y los cuidados ante la exposición al mismo, estamos bien informados por los medios y por nuestro personal sanitario. En ese control de las dosis de exposición, recibimos el deseado color de piel que la naturaleza no nos dió, y algo más; Vitamina D.

La Vitamina D favorece que fósforo y calcio sean absorbidos en la primera porción del intestino delgado, evitando que sean expulsados por los riñones. Calcio y fósforo forman parte de las estructuras óseas (son los minerales que más abundan en el hueso) y "dentales". Así las cosas, cuando hay déficit de Vitamina D suele haber pérdida de densidad ósea, pudiendo aparecer la osteomalacia, la osteoporosis y el raquitismo.

En la composición de los tejidos duros del diente, prima la hidroxiapatita -Ca10(PO4)6(OH)2—con esa combinación de calcio y fósforo, unidos por el anión OH (de ahí el término; hidroxi).

Por lo tanto, si tenemos que; fósforo y calcio constituyen el cuerpo de la microscópica estructura que da fortaleza al diente (hidroxiapatita), y ambos son absorbidos favorablemente si los niveles de Vitamina D son adecuados, pues para nada es despreciable la Vitamina D que sintetizamos con esos ratos de sol, controlados y protegidos de los excesos.