Valentina Delgado se levantaba temprano, se encargaba de la casa, de los animales, del campo, ese duro campo de La Esperanza, y de sacar a sus tres hijos adelante. Por eso no le resultó difícil adaptarse a esa nueva tarea que supuso colaborar en la ferretería, tanto detrás del mostrador como cargando aquellos sacos de cemento de 50 kilos cuando hacía falta. No sabía leer ni escribir, pero tampoco le hacía falta. Valentina falleció hace unos meses. También su marido. Se llamaba Vicente Castro, al que todos recuerdan siempre al volante de su camión, por las carreteras de la isla, trayendo o llevando mercancía sin parar, un hombre que, con sus pocas letras, tuvo dos cosas claras, que había muchos productos que no se conseguían y que su hijo Nicolás, de 16 años, podía solucionarlo. De ahí que un día le planteara que si era capaz de llevar un negocio y el joven, que ya sabía lo que era trabajar duro, aceptó el reto sin pensárselo, y dio comienzo una aventura empresarial a la que se sumaron poco después los otros dos hermanos, José Manuel y Juan Vicente. Con 100.000 pesetas (600 euros) que aportó el padre, muchas ganas y un gran esfuerzo, Ferretería Castro Delgado abrió sus puertas en el salón de 200 metros de la vivienda que ocupaban en la calle Azahar, en El Chorrillo. Era 1981.

Nicolás Castro, que había trabajado en el mercado de La Laguna, en Mercatenerife, en bares, hasta recogiendo cochinilla cuando era más chico, supo buscarse la vida y encontrar el apoyo necesario para recibir la formación que le faltaba. Así, fue descubriendo lo que eran porcentajes, precios, inventarios, proveedores, stock, en fin, cómo llevar un negocio. Los inicios fueron duros, con obstáculos por todos lados. «No teníamos montacargas. El primer vehículo que conseguimos fue un camión Ebro viejo, viejo, y la primera pala la teníamos que arrancar en cambio (una David Brown americana); la encontramos en la bloquera de los americanos en la montaña de Taco, estaba abandonada y nos la vendieron por cuatro perras», recuerda de aquellos primeros momentos, donde «los camiones venían con 350 bolsas de cemento que había que descargar a mano, hasta yo con lo flaco que era, incluso las mujeres se cargaban el cemento calentito recién salido de la cementera». Hasta las primeras estanterías las consiguió en la farmacia militar, cuando estaba haciendo la «mili». Y fueron creciendo, ganando mercado, hasta comprar el solar que estaba justo delante, donde construyeron el edificio de dos plantas en el que desarrollan su actividad actualmente, con áreas destinadas a ferretería, exposición (pavimentos y azulejos, loza sanitaria y muebles de baño) y material de construcción. Después, la necesidad de contar con suficiente stock propició la compra de una nave en Llano del Moro y otra en el Polígono de La Campana, un gran espacio donde alberga la amplia gama de cerámica de la que disponen. «Muy pocas ferreterías tienen un almacén de cerámica como nosotros», asegura. Asimismo, surgió la posibilidad de abrir una nueva tienda en Güímar, Ferretería Las Pirámides, con los mismos precios y forma de trabajar desde hace ya más de veinte años. Actualmente cuentan con 18 trabajadores en Castro Delgado y 11 en Las Pirámides.

Este proyecto empresarial se fundamenta en dos hechos: por un lado, la unidad de los tres hermanos, socios en igualdad y primera generación de fundadores, para llevar de manera conjunta sus negocios, y por otro, la capacidad de sus trabajadores para desempeñar su labor de forma profesional, hasta el punto de que Nicolás Castro, que desde hace seis meses es tesorero de Coarco, afirma que sus empleados son los artífices del éxito de la empresa: «Les agradezco enormemente todo lo que hacen. Yo soy la cabeza visible pero sin ellos esta empresa no existiría», señala. Su primer empleado se jubiló ya tras permanecer en la empresa 35 años, hay otros que acumulan más de 25 años, y los más recientes son jóvenes que considera unos «verdaderos puntales», y en todos ha encontrado «gente de confianza».

Durante el confinamiento solo estuvieron 15 días cerrados, pero la pandemia ha pausado un proyecto de modernización con un autoservicio de 700 metros que retomarán en cuanto sea posible, pero en el que la atención al cliente tendrá su espacio en cuatro o cinco mostradores destinados a resolver las dudas y aconsejar la mejor opción a los compradores. «No se puede perder el contacto directo, el asesoramiento personal de gente profesional, porque contamos con un buen equipo que el cliente valora, y nos hemos ganado su confianza», apunta Nicolás Castro, una persona que por esa misma razón prefiere hablar en persona antes que a través del teléfono, y que al igual que sus hermanos ha sido capaz de superar las adversidades, de caerse y volver a levantarse.